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domingo, 8 de abril de 2012

TRISTEZA VERSUS DEPRESION

Este título que proponemos tristeza versus depresión, los pone en tensión. El primero de ellos,  tristeza,  es el más antiguo pues podemos situar toda una serie de referencias que provienen desde la Edad Media. Esa ha sido una época que se ha detenido mucho en considerar la tristeza. Existe, por ejemplo, un libro llamado Estancias,  editado en castellano en 1995 –cuyo autor es Giorgio Agamben- que dedica unos capítulos a la tristeza en la Edad Media, en tanto ha sido una preocupación de los monjes y los padres de la iglesia, y era concebida como un pecado. La tristia o acediaera un azote que se desplegaba en los claustros de los monasterios en la que el desdichado acidioso "empieza a lamentarse de no sacar ningún goce de la vida conventual, y suspira y gime que su espíritu no producirá fruto alguno mientras siga donde se encuentra". Así lo  afirma un documento de la época.

Esta idea de la tristeza como un pecado, como una falta moral, introduce una problemática ética., sin embargo, no siempre fue vista como un problema. Durante el romanticismo tenía un valor que llegaba a lindar con lo creativo. No era bueno estar demasiado alegre. Tenía una función y representaba un valor.

Podríamos decir que estas referencias son las que quedan, de alguna manera, como puestas de costado por el término moderno de depresión. En la actualidad la depresión, designa la preocupación del Amo por que todo marche. Es una palabra que en su éxito mismo se ha tornado sumamente amplia.

Hoy es común que un sujeto diga que está deprimido, que se presente en nuestro consultorio diciendo: "vengo porque estoy deprimido". Es decir, que este concepto, proveniente del campo de la psiquiatría, ha entrado en el discurso común y la gente se describe y se ubica con esta palabra. Y cada vez más: cuanto más se habla de depresión, más gente se apropia del término. Toma cada vez más consistencia, cuanta más gente se nombra de esta manera. Y este es, tal vez, uno de los problemas que es necesario interrogar antes de abordarlo desde la perspectiva del psicoanálisis. Conviene preguntarse por la pertinencia clínica de este concepto; es decir, si es algo que tiene una entidad suficiente más allá de la generalización de su utilización.

La depresión es un afecto que no es material sino psíquico, un sufrimiento del alma, pero hoy en día, a la menor fatiga, tristeza o pequeña caída existencial se la considera una patología que hay que curar con urgencia (Miller, 2007), y de inmediato se piensa en medicarla, tratarla con alguna droga; la reina aquí es la fluoxetina. ¿Quién quiere erradicar médicamente la depresión? La burocracia sanitaria internacional que está al servicio de la industria farmacéutica. No es extraño, entonces, que la OMS prediga que en el 2020, la depresión será la segunda causa de invalidez en el mundo después de las enfermedades cardiovasculares (Miller). Lo que sigue a esto es el aumento en el consumo de antidepresivos y psicotrópicos en todo el planeta.

Entonces, lo que antes era considerado como “un mal momento que había que pasar, una caída anímica, un duelo difícil, es desde ahora en más “una enfermedad”" (Miller, 2007). Además, la propaganda médica, con sus folletos pagados por los laboratorios farmacéuticos, obliga a la gente a interpretar estos sentimientos en el sentido de que son una enfermedad. Detrás de todo esto hay un paradigma, que tiene que ver con la forma como es pensado el hombre contemporáneo: como si fuera una máquina (Miller). Si la máquina no funciona bien, entonces disfunciona, y se debe intervenir urgentemente, respondiendo, a su vez, a la demanda que hace la cultura contemporánea de que el hombre debe ser feliz. Nunca como antes se piensa que el ser humano tiene como única misión en la vida el ser feliz, ¿qué hacer entonces con los sentimientos de tristeza?
Dice Miller (2007) que “la tristeza en inherente a la especie humana. Si es una enfermedad, entonces la humanidad misma es una enfermedad! es muy posible que seamos una infección del planeta. Era por otra parte la idea de Lacan. Desde el origen de los tiempos, nos destruimos a nosotros mismos, y nuestro entorno por añadidura. Si queremos curar esto, entramos en la biotecnología, se va a tratar de producir otra especie, mucho mejor. Una especie asexuada y muda. En ese momento, nos portaremos como es debido!”. ¿Se pueden ver las consecuencias de ese paradigma?

Es por eso que me parece que el psicoanálisis es un dispositivo que en cierto punto va a contrapelo de esto, y que plantea tal vez una especie de salida al impasse de este tiempo. No se monta a este imperativo del amo moderno, de que tendríamos que tratar simplemente los estados de ánimo del sujeto para reingresarlo rápidamente al circuito sino que abre una vía distinta para este agobio de la vida moderna, para ese aplastamiento del deseo por el superyó contemporáneo. Es en ese sentido que podemos esperar algo muy importante del psicoanálisis en esta coyuntura.

El valor del psicoanálisis frente a la depresión y el extravío de nuestro tiempo es que nos conduce a otra relación con el saber a través del inconsciente, a una alegría –que sin desconocer lo real que nos concierne- nos permite construir una respuesta particular que nos separa de la miseria.

Para el psicoanálisis un sujeto se deprime “cuando está enfermo de la verdad. Si uno no quiere deprimirse, hay que asumir la verdad, su verdad” (Miller, 2007). Vivir la vida sin mentir es el antidepresivo más poderoso.

TRATO Y MALTRATO EN LAS PAREJAS

El amor es como un sueño, un sueño que construimos para encontrarnos con el otro y ese sueño implica, como cualquier formación del inconsciente, la necesidad de nuestra atención y nuestro coraje.  Aún así, como dice Roland Barthes en Fragmentos de la vida amorosa, siempre acaba en pesadilla.

El amor es la posibilidad de creer en el otro, de trascender su neurosis, sus defectos, sus miserias, su inconsistencia. El amor es como un sueño diurno, una fantasía que construimos y que nos permite que todo lo pulsional no nos lleve totalmente a la deriva de nuestro deseo. El amor es la posibilidad de incluir al otro en el cálculo subjetivo de la vida.

La disimetría fundamental de los sexos - las teóricas del feminismo se han planteado esto desde muchas perspectivas del saber - hace sentir su huella en cada encuentro amoroso y la inconsistencia estructural del humano traza el camino de su resolución. Además, lo social y sus límites - sean los que sean - configuran en cada cultura los elementos ideológicos que sostendrán las conductas y sus coartadas.

Lo traumático repite incesantemente su inscripción y la responsabilidad de cada uno es el límite entre el goce que no hace vínculo y el amor que tiende a lograrlo. "Sólo el amor permite al goce condescender al deseo", es la formula que en su reverso da cuenta del trato y maltrato en cada relación humana.

El matrimonio puede constituir un aplastamiento de la alteridad de la mujer, ya sea por el hombre, ya sea por la mujer misma. Forzar la semejanza, la identidad, la identificación narcisista entre los esposos es una pendiente peligrosa. No hay armonía entre los sexos, hay disimetría, alteridad.

Hoy vivimos una mutación que va en la dirección de la igualdad. Hombres y mujeres son iguales ante el derecho, ante la ley, ambos son sujetos de derecho.

Por otra parte verificamos que hoy día hay una tendencia de la mujer a masculinizarse. Es común verla adoptar semblantes masculinos y de poder. Incluso se esfuerzan a veces en hacer del hombre un medio de goce, un objeto que usan y tiran, pero eso es en realidad mentiroso. Si por ejemplo nos detenemos a hablar con las adolescentes de hoy, vemos que están ocupadas pensando en el amor, mientras que los chicos cuentan el número de sus conquistas. Es verdad que hoy día ellas van a la cama más fácilmente y que ya casi no llegan vírgenes al matrimonio, pero siguen yendo a la cama por amor.

En el texto "El Hueso de un análisis", J.A.Miller nos dice que "cuanto más la mujer existe desde el punto de vista del derecho, más desaparece bajo la máscara masculina". Consideramos que esto es un efecto de estructura, a pesar de que seamos progresistas y que defendamos el derecho de la mujer.

Hay una dificultad contemporánea en relación al amor, es lo que vemos diariamente en nuestras consultas. La mujer ha conquistado importantes derechos pero por otra parte esto ha producido una dificultad del lado del amor.
La vertiente contraria al amor es el goce, y es esto lo que se verifica socialmente, hay una promoción de mercado, una industria del goce que desvaloriza el amor. Los números de teléfono eróticos son un ejemplo de ello.

Es Miller quien postula que "el secreto del masoquismo femenino es la erotomanía, porque no es que él le pegue lo que cuenta, es que ella sea su objeto, su síntoma y tanto más si eso la devasta".

Hay un cambio de época, esto es indudable, la mujer tiene hoy más libertad que antes pero nada cambió en la estructura.

Del lado hombre, el goce es limitado, circunscripto, localizado, contabilizable puede incluso necesitar de un pequeño detalle como una forma precisa de senos o de trasero.

Mientras que del lado femenino se impone una relación con lo ilimitado (de allí el término erotomanía utilizado por Miller). La demanda de amor en la sexualidad femenina es una demanda que tiende hacia el infinito y que va más allá de todo lo que pueda ofrecérsele como prueba. Es común pensar que en el tema de los malos tratos un hombre puede matar por amor, pero considero que allí hay una confusión de términos. Quizás mate por pasión pero no por amor. 

Para amar es preciso hablar, el amor es inconcebible sin la palabra y justamente porque amar es dar lo que no se tiene, no se puede dar lo que no se tiene a menos que uno hable. Es hablando que damos nuestra falta en ser. Considero que en los malos tratos se encuentra una dificultad con el amor del lado hombre y un estrago con la pareja del lado mujer, donde el amor se confunde con la pasión o el goce.

Lacan habla de un amor sin límites, que esencialmente es un amor no condicionado por el Otro… esto significa esencialmente que el amor no está sometido a pruebas de su existencia constantemente. Una cosa es el amor, y otra las pruebas de amor; éstas se agotan en el mismo acto en que se dan. Están sometidas a una demanda infinita.


LA NEUROSIS OBSESIVA DESDE EL PSICOANALISIS

Imaginemos que tenemos nuestro pensamiento invadido por múltiples ideas que “no tienen” ningún sentido, que no las podemos “sacar de nuestra cabeza”, que nos asaltan en cualquier momento sin poder vincularlas con ningún acontecimiento y que, además, no las experimentemos como propias, sino como órdenes que nos son impuestas desde afuera y que nos sentimos impulsados a cumplir. Imaginemos que estas órdenes sean dañar o hasta incluso matar a un ser querido. Intentarían ustedes controlar esas ideas? Se someterían a toda clase de prohibiciones, renunciamientos y limitaciones de su libertad con tal que esa fantasía no se lleve a cabo? El enfermo obsesivo así lo hace. 

Ahora imaginemos que nos sentimos obligados a hacer algo de lo que no podemos sustraernos, que además, aparentemente, no nos proporciona placer alguno y que, para colmo, tenemos que repetirlo, una y otra vez en un vaivén “carente de sentido”, sobre las actividades cotidianas de la vida (como lavarnos las manos, vestirnos, acostarnos, etc.) que terminan por parecernos ornamentaciones ceremoniosas interminables y que pese a todo no las podamos evitar. Terminaríamos agotados, ¿no? Y sin embargo así es como actúa el enfermo obsesivo. 

Ahora imaginemos que para coronar el sufrimiento dudáramos de todo lo que nos viene a la mente, de todas las ideas que tenemos. No nos “quedaría” otra posibilidad que cambiar una idea que nos parezca absurda por otra que nos parezca menos absurda, o cambiar una prohibición o una precaución por otra, aunque sea por un tiempo. Así vive el enfermo obsesivo.

Si a nosotros nos tocara la puerta un paciente con estas características, no iríamos a buscar en detalle lo que el psicoanálisis dice al respecto?
 

La clínica nos enseña cómo el obsesivo erige un Otro cruel, quien no reconoce ni sus sacrificios ni sus méritos y que se interpone,  impidiéndole gozar.

Pero lo paradójico que este Otro cruel, de quien se queja, al mismo tiempo es él quien va a ser el cruel de los crueles,  especialmente con su pareja y ante el cual, se experimenta como una víctima sacrificial  que exige su pérdida y que no le deja vivir. Es en ello que el caso de Freud es ejemplar.
De manera tal que hace existir un Otro a quien dota de una demanda que es una demanda de muerte. Lo dota de una demanda de desaparición.

Por eso Lacan, cuando en el Seminario de las Formaciones del Inconsciente, cuando analiza la dialéctica del deseo y la demanda en la neurosis y se dedica a explorar cuál es la modalidad del deseo en el obsesivo, nos machaca con este esfuerzo de parte del sujeto, quien para evitar el encuentro con ese vacío del intervalo, que no es sino el lugar donde va alojarse el deseo, se afana en intentar colmar la demanda. Trabajo que, por lógica, está destinado a saturar  el intervalo entre un significante y otro, de escapar, en el fondo, del encuentro con la angustia que implica un encuentro con un deseo fabricado de este modo.

Colmar la demanda, para no encontrarse con aquello que, en el Otro no conocemos y que nos separa de él, de ese lugar Otro,  "es lo que se llama su deseo. No es sino esto."

Esta indicación es clave,  porque aquello que del Otro no responde - en el momento de la constitución de la subjetividad - a la satisfacción de nuestra demanda, no solo torna opaco ese lugar del Otro - ¿que soy para el Otro?-, sino que devendrá, como marcas del sujeto, en una relación que el sujeto mantiene con su propia demanda.

Toda esta cuestión, relativa a la presencia que toma la figura de la muerte no es sino para apuntar, a lo que en otro momento de su enseñanza cuanto va a empezar a formalizar lo real, lo pulsional, - que comienza con el Seminario de La Ética, el seminario 7-  y va a ser articulado como el goce. La muerte no es sino las distintas figuras imaginarias que toma el goce.  Es una indicación que hago.

Hay dos cuestiones que no quiero dejar de considerar y que encontramos en la clínica de la obsesión, ya señaladas por Freud. Una es la presencia de la figura del padre y que lo llevó a Freud, en su encuentro con  el síntoma de la obsesión y esta modalidad del deseo, a escribir Tótem y Tabú, investigando que relación tiene el deseo con la prohibición y , más fundamentalmente . Esa pregunta que atraviesa  toda su reflexión y su pensamiento y que no es otra que la ¿qué es un padre?

Es lo que Lacan formaliza precisando que en el Mito  freudiano ese padre de la horda primitiva, ese padre gozador es el que volvemos a encontrar en la obsesión. Pero ese no es, lógicamente,  el padre simbólico.

El padre simbólico es aquél, que, cumpliendo la función de nombrar el goce, le da un significante para pasarlo al inconsciente y desde allí operar, marcando el goce, es decir, subordinándolo a la ley del deseo, y  por ese mismo acto, permitiendo un goce fálico posible
Es el padre en tanto que opera poniendo de acuerdo la ley misma  con el deseo, es decir, aceptar que hay falta.

La neurosis obsesiva quiere decir que algo ha fallado en esa transmisión para que en su lugar veamos aparecer toda esa exigencia del superyó , que ordena gozar, bajo esas formas imperativas, bajo esos mandatos, esa insensatez que tan bien muestra el Hombre de las Ratas: a falta de someterse a la ley del deseo,  es entregado a tener que hacer frente a un goce que le retorna , ya sea como modo "delirante" en el suplicio de las ratas , ya sea como obsesiones, ya sea como inhibición o como síntoma en el amor, es decir , en la relación con los objetos de amor.

Dicho aún de otro modo y esto me permite introducir la última cuestión, aunque no la agota,  eso que lo podría separar de la relación exclusiva que mantiene con la madre, como objeto primordial, que es la de no poder sino ocupar el  lugar del falo imaginario de la madre.

Esa crueldad que se pone en juego,  que hace recaer sobre el partenaire imaginario, esta vinculada con querer destruir la significación del deseo del Otro y que no reposa sino en la identificación imaginaria a ser el falo de la madre. Por tanto, cualquiera que se interponga allí, se interpone a título de apagar el brillo fálico que se esfuerza por obtener y por tanto, hace recaer,  sobre ese otro imaginario, su "agresividad".

Esta es una queja que escuchamos con harto frecuencia, expresada  por las mujeres que devienen su partenaire.

En estos momentos de la enseñanza de Lacan, un final de análisis para el obsesivo es concebido en términos de una separación de este ser el falo. No lo es, pero puede asumir la posesión, el tener.

viernes, 16 de marzo de 2012

LA ENVIDIA ¿ SENTIMIENTO HUMANO?

¿Ha sentido alguna vez rabia o enfado por el éxito de otras personas? ¿Vive fijándose en lo que consiguen sus conocidos y no valora lo que usted logra? ¿Cuando alguien le habla de algún logro, tiende a hablar de usted, incluso a mentir? ¿Se considera una persona envidiosa? ¿Sabe qué es la envidia?

La Envidia, desde la religión cristiana,  es considerada como un pecado capital porque genera otros pecados, otros vicios; El término "capital" no se refiere a la magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros pecados y rompe con el amor al prójimo. La naturaleza destructiva de la envidia, que permite diferenciarla de la envidia sana, se refleja en que la primera origina malestar emocional; sentimiento que en lugar de ayudarle a conseguir lo que envidia, se lo dificulta.

El envidioso es incapaz de ponerse en el lugar del envidiado, para poder comprender su situación, o de sentir empatía hacia él. ¿Qué significa sentir empatía hacia alguien? Significa sentir lo que siente el otro. Y es la base de la comprensión y de la solidaridad. La envidia origina una serie de reacciones negativas que pueden hacer que el envidioso se aísle de los demás o tenga serias dificultades para relacionarse adecuadamente con ellos. La envidia se produce casi siempre hacia personas muy cercanas (familiares, amigos, vecinos y frecuentemente entre compañeros de trabajo y/o profesión).


La forma más conflictiva de envidia es aquélla que se dirige hacia las personas que uno ama. Es este tipo de envidia el que tiende a sumergirse con mayor vigor en el Inconsciente, porque amenaza con destruir precisamente aquello que valoramos. “Es envidia la que provoca placer por las desgracias de los amigos”.

La vida de una persona envidiosa no gira sobre su propia realidad, sino sobre lo que desearía, sobre lo que no tiene, sobre lo que le falta. La insatisfacción y el vacío es un continuo que le impide gozar de su vida real. La tristeza y el pesimismo le privan de la espontaneidad y la alegría. No sabe reírse con otras personas ni de sí mismo. Sólo lo hace con mofa y desprecio hacia los otros. 

Ahora, desde el psicoanálisis la envidia es un término introducido por Melanie Klein en 1924 para designar un sentimiento primario inconsciente de avidez respecto de un objeto al que se quiere destruir o dañar. La envidia aparece desde el nacimiento, y se dirige al principio al seno de la madre. En las posiciones esquizoparanoide o depresiva, la envidia ataca al objeto bueno, para convertirlo en objeto malo, produciendo así un estado de confusión psicótica.

Freud, se refirió a la envidia en gran parte de su obra, vinculándola al origen de las normas, la justicia, la desigualdad social y hasta con la identificación, que nacería de la transformación de un impulso agresivo, en el que la envidia juega un papel preponderante. Luego la conceptualizaría como Envidia del pene, roca viva, más allá de la cual no veía curación posible.

El concepto de envidia del pene hace referencia según Sigmund Freud, y dentro del contexto psicoanalítico, a un Elemento fundamental de la sexualidad femenina y móvil de su dialéctica. La envidia del pene surge del descubrimiento de la diferencia anatómica de los sexos: la niña se siente lesionada en comparación con el niño y desea poseer, como éste, un pene (complejo de castración); más tarde, en el transcurso del Edipo, esta envidia del pene adopta dos formas derivadas: deseo de poseer un pene dentro de sí (principalmente en forma de deseo de tener un hijo); deseo de gozar del pene en el coito. La envidia del pene puede abocar a numerosas formas patológicas o sublimadas.

Para Melanie Klein todo era más grave aún: la envidia es expresión directa de la pulsión de muerte, constitucional, endógena y está dirigida desde el nacimiento hacia el objeto dador por excelencia: la madre o más específicamente, su pecho. O sea, naceríamos con una dotación de mayor o menor envidia, presta a atacar lo bueno del mundo. 

Sin embargo, no todos los autores acuerdan con esto y en los últimos años han aparecido versiones que nos hablan de otras facetas de la envidia, ya que en tanto sentimiento, puede estar presente en todos los seres humanos pero no conducir obligatoriamente a la destructividad de lo envidiado y su portador. 

Lo cual nos lleva pensar que ha sido tratada, al decir de Santa María Fernández ( 1997), como los victorianos lo hacían con la sexualidad, es decir, siempre en versión maligna. 

Esto ha llevado a una notable polarización en el mundo psicoanalítico: o todo es envidia destructiva e incurable, o ni se habla de ella, no existe, descuidando así un importante capital de la vida humana, ya que la envidia, tal como indica su definición, es un sentimiento de pesar por un bien ajeno (y no puede dejar de ser displacentero advertir lo deseado en otro y carecer de él ) que puede también transformarse en motor de la concreción de un deseo que la envidia denuncia. Difícilmente creceríamos, nos desarrollaríamos si no advirtiéramos por comparación, aquello que nos falta. Y esta es la parte de la definición menos estudiada.

Es extraño que, en nuestra moral, a la envidia se la considere como una falta, sin embargo, es un movimiento muy natural. Y no sólo es considerada como una falta sino que, también, al producir envidia se corre el riesgo de provocar el mal de ojo. ¿Por qué no estaría bien producir envidia en los demás? ¿Por qué disimular su felicidad para no atraer el mal de ojo? Ustedes ven en realidad que hay ahí un enigma y, gracias a estas introducciones, podemos comprender más fácilmente porqué.

Lacan da el ejemplo que encontró en las Confesiones de San Agustín, en las que relata que cuando niño miraba a su hermanito en el seno de su madre y como, al ver el aparente estado de felicidad y satisfacción de éste, concluye: esto es lo que provoca en mí la envidia, es decir, la idea de que el hermanito posea el objeto de la verdadera satisfacción. Es así que se constituye el deseo para el sujeto, a partir de la imagen que otro le da de lo que sería poseer el objeto verdadero, el que Lacan llama el objeto a. Mi deseo se constituye a partir de la imagen de otro que parece poseer el objeto verdadero. Observen que para Lacan la constitución del yo (moi) se hace en espejo a partir de una imagen ideal que parece estar habitada por el objeto a y, de allí, se convierte en un yo ideal. Lo que el niñito ve en el espejo es una imagen que le parece ideal solamente por el hecho de que la mirada de la madre la ve como ideal, pero él hace una diferencia entre esa imagen ideal investida por la mirada de la madre y el carácter que él puede vivir como miserable, de su propia imagen frente a esa imagen ideal.

¿Por qué causar envidia es una falta? ¿Por qué se corre un riesgo? Pues es porque da a los demás la impresión de que se posee el objeto a. Y este es el objeto que no se debe tener, que debe ser rechazado, el que no debe presentificarse.  Ahora bien ¿acaso el deseo se podría instaurar en mí si yo no experimentara envidia, es decir, esa idea de que otro conoce la satisfacción absoluta? La clínica nos muestra que el encuentro de un niño con la envidia es indispensable para la constitución del deseo en él. Y si fuese educado en condiciones que lo protegieran de las manifestaciones del deseo, pues, podríamos apostar a que el deseo de ese niño va a ser débil durante su vida.

Hay otros ejemplos sencillos: si soy pobre y veo alrededor mío gente rica, me dará ganas de poseer también esa satisfacción, ese goce, si en la familia sé que mi madre es objeto de deseo, tendré igualmente ganas de ejercer ese deseo; si veo que el otro tiene el poder y que me obliga a obedecerlo, tendré ganas de poseerlo también. Lo que comento es de la vida cotidiana la más sencilla pero tiene consecuencias interesantes. Es que esos objetos que van constituyendo mi deseo se muestran en cualquier ocasión pero sólo en una dimensión imaginaria. En otras palabras, cuando veo a mi hermanito feliz en el seno de mi madre, ¿acaso significa que lo que él siente es la felicidad suprema? No. No es sino un lactante que satisface su necesidad. Es decir que, en cada caso es imaginario el objeto que resulta par mí determinante y suscita mi pasión, es decir la convicción de que ese objeto -que provoca mi deseo y del cual resulto privado- es el verdadero objeto.

Ý allí mismo uno entra en una forma de alineación de la que es habitualmente difícil salirse. No sé si he sido lo suficientemente claro: en primer lugar, la envidia es constitutiva del deseo pero concierne a un objeto imaginario, en el sentido de que parece aportar al otro que suscitó mi envidia, la satisfacción absoluta. Pero el otro, el hermanito, el que estaba en el seno y que me produjo envidia, tendrá sus propios problemas, sus propias envidias, estará marcado por las mismas frustraciones y por las mismas privaciones.

Es importante dejar claro que, la envidia es considerada como marcador del deseo, lo cual nos advierte de la importancia de prestar atención en la clínica cotidiana a este sentimiento enojoso, despojándonos de los prejuicios y el miedo con que se lo ha abordado y propender a su tratamiento, posible y necesario:  CASO POR CASO.

¿ES EL EMBARAZO PRECOZ UN SINTOMA DEL PASAJE A LA FEMINIDAD DE LAS ADOLESCENTES ACTUALES?

Actualmente en los medios de comunicación en Venezuela se hacen eco del incremento de embarazos en la adolescencia durante los últimos años.
Venezuela es el país de Sudamérica con mayor tasa de embarazo adolescente. Y el tercero de todo el continente solo por detrás de Nicaragua y República Dominicana. Según datos de la Organización de Naciones Unidas, 91 de cada 1.000 gestantes tiene menos de 18 años. Un problema asociado principalmente a familias disgregadas y de bajos recursos que se repite generación tras generación y que el Gobierno venezolano asume como el segundo gran problema de salud sexual.

Además, el aborto no esta regularizado en Venezuela, por lo que muchas de estas niñas lo practican en condiciones inseguras como en lugares ilegales o introduciéndose ellas mismas objetos en la vagina. De hecho, el 6,4% de las adolescentes han tenido un aborto y se producen dos muertes semanales por su mala práctica. Las complicaciones obstetricias son la tercera causa de muerte de las mujeres de 15 a 19 años, que tienen cinco veces mas probabilidades si el rango de edad desciende a las que se encuentran entres los 10 y los 14 años.

A pesar de las campañas de prevención y del acceso gratuito de los jóvenes a la contracepción y de la píldora del día después, ¿cómo entender actualmente el incremento de estos embarazos? ¿Por qué esta maternidad tan precoz? ¿Tiene que ver con los desasosiegos amorosos de las adolescentes actuales? ¿Cuáles son las razones por las que las adolescentes se quedan embarazadas?

Algunos profesionales de la planificación familiar atribuyen este aumento a varias causas: “Que la educación sexual, recibida en la familia, las escuelas, los medios y el entorno falla estrepitosamente”. “A la dificultad de acceso a los métodos anticonceptivos i a la píldora del día después”. “A las largas esperas para acudir a un centro de planificación familiar”. “Al miedo a tomar la píldora”. “Al uso del aborto como método anticonceptivo”.

En estas jóvenes actuales no existe desconocimiento o falta de información acerca de los métodos anticonceptivos. Buscar la solución de estos embarazos en una píldora, así se llame “del día después”, no parece ser la solución a una problemática que parece tener sus raíces en la subjetividad, en lo particular de cada sujeto, en la subjetividad de una época que excluye cada día más, y de la cual el sujeto trata de incluirse de alguna manera.  

¿Podríamos decir que los embarazos no deseados en las cifras que nos muestran los abortos son antes que nada embarazos a tomar como síntomas del mundo moderno? ¿Acaso los embarazos de las adolescentes son ritos de pasaje, o una manera de demostrarnos que son mujeres? ¿Serán acaso intentos torpes de apoyarse en un rasgo que permite una forma de certeza en lo concerniente a la feminidad? Quizás son una muestra de las dificultades relacionadas con la posición femenina y vienen a interrogarnos sobre las relaciones hombre y mujer, más allá de las cuestiones de la paridad en lo que anima a cada uno en su relación con lo real. Podríamos decir que las cifras nos cuestionan sobre la manera en que la subjetividad de cada uno se encuentra comprometida en la sexualidad.

Nuestra práctica cotidiana con adolescentes nos confronta a dificultades y particularidades, tanto clínicas como teóricas. Voy a tratar de analizar a través de varias viñetas clínicas de adolescentes embarazadas que deciden abortar, escuchadas en consulta privada y en consulta pública en un centro de planificación familiar para jóvenes si el embarazo es un síntoma del pasaje a la feminidad de las adolescentes actuales.

¿Qué hará que ellas decidan abortar o continuar con el embarazo? ¿Tiene que ver con el estrago madre-hija? o ¿acaso con el goce femenino? O ¿el embarazo viene a dar cuenta de la dificultad entre ser madre y ser mujer?

Pongamos un caso: A través del embarazo, una adolescente intentará reencontrar su madre a partir de dos preguntas: ¿cómo ha sido madre? Y también ¿Cómo es mujer? ¿Cómo conciliar estas dos posiciones? Todo esto se cuestiona la adolescente en el tiempo del pasaje de chica a mujer.

Susana es una chica de 15 años, visita al ginecólogo  porque ha constatado que esta embarazada. Sus padres están separados y ella sólo tiene una hermana que la acompaña. Ha realizado algún intento desesperado para revelar su embarazo a su madre. Al final decide afrontarlo enviándole un SMS, cuando su madre se encuentra en casa de su hermana. Su sola inquietud era el anunciarle a su madre el embarazo. El embarazo en si no tenía ningún valor a sus ojos. Además este embarazo ha sido en su primera relación sexual.

Después de hablar con su madre es cuando puede ser consciente de que esta embarazada y de que quiere desprenderse de “eso”. Además este embarazo, viene en el momento en que su madre se separa de su padre e inicia otra relación con otro hombre. La madre se sorprende de que su hija ya sea adolescente y piensa que todo es debido a los cambios que han sucedido en su entorno familiar. El embarazo le ha servido a Susana para poder salir, del lugar de niña pequeña, en donde la madre la colocaba.

La madre de Susana al saberlo, no tiene otra idea, más que la supresión del embarazo de su hija, como si frente a la pérdida, pérdida irremediable de la infancia de su hija, se tratara de ganar tiempo. Así del instante de ver se pasa al de concluir. Pienso que es importante que a la adolescente se le escuche antes de la intervención para que pueda comprender algo de lo que se expresa con el síntoma de su embarazo.

El embarazo en la adolescencia aparece como una marca innegable del hecho que es mujer o como un intento abortado de reconocerse mujer. La madre no puede ofrecer a su hija el rasgo identificatorio de la identidad femenina debido a que el significante de la mujer no existe. Es el único rasgo, la maternidad que permite de intentar aproximarse a este enigma que constituye la mujer.

¿Qué espera la hija de su madre en tanto que mujer? Es una de las preguntas que se encuentran en el pasaje a la feminidad de las chicas y a la que es muy difícil responder.

La cuestión es saber que precio debe pagar la adolescente para franquear esta etapa de la adolescencia, no sin riesgos, esta etapa decisiva que es el encuentro del sujeto con el deseo sexual, con la elección del objeto de amor. ¿Cómo va a arreglárselas? ¿Cuál será su margen de maniobras? ¿Arriesgará su vida o sabrá sacrificar una parte del goce que esta en juego?

Algunas adolescentes frente a la pregunta ¿Qué es una mujer?, se angustian al intentar encontrar una respuesta, hacen un salto de niña a madres sin pasar por la feminidad. Frente a la no respuesta de sus madres sobre la feminidad y sobre el goce femenino, podemos encontrar las respuestas de algunas adolescentes actuales: embarazos precoces, anorexia, bulimia, adicciones, inadaptación escolar, vaginismo, abandono de los estudios, etc.

¿Donde encontrar el sendero que conduzca a la feminidad? Según Assoun2: “Se refiere a un pasaje poco profundo de un río, que se puede atravesar a pie. Pero la Gradiva debe saber, en que momento poner el pie sin mojarse o sin ahogarse… Debe remitirse a ella misma, decorando este pasaje al vacío.”
En “este pasaje al vacío” que representa el acto de interrupción del embarazo, la adolescente se “moja” en tanto que sujeto, en ese imposible de ser mujer, en el mismo momento de llegar a ser. Pero ser mujer, nadie podrá hacerlo mejor que ella en adelante.

Percibimos en estas viñetas que el embarazo da cuenta de los problemas subjetivos de cada adolescente y de los avatares de cada chica en su acceso a la sexualidad y feminidad. La hipótesis de un pasaje al acto que permita que se pase mágicamente del cuerpo de la infancia a la edad adulta o de niña a madre es muy convincente.
Abortar puede ser, a veces una falsa salida sintomática a un conflicto psíquico, difícil de tratar por el sujeto.
Si para Freud “una verdadera mujer” es la que escogería la tercera via de estos destinos de la feminidad, o sea la maternidad, para Lacan, “una verdadera mujer” es la que mantiene la separación necesaria entre la madre y la mujer, que la maternidad viene a encubrir si llega el caso.
Lacan escribe: “La mujer no entra en función en la relación sexual sino como madre […] se demostrará que el goce de la mujer se apoya en un suplir ese no—toda. Para este goce de ser no—toda, es decir, que la hace en alguna parte ausente de sí misma, ausente en tanto sujeto, la mujer encontrará el tapón de ese a que será su hijo.”1

Podríamos decir que el embarazo como síntoma, el hijo en el vientre, es el significante con el cual la adolescente logra inscribir su sexuación; el goce no desaparece, pero encuentra la forma de ser simbolizado ante el Otro, y con este, su lugar en el lazo social como madre.

¿Cuál es entonces la relación de estos síntomas con el discurso capitalista y de la ciencia? Del lado del embarazo precoz como síntoma la adolescente subvierte la verdad del discurso que, ante su afán por ponerla a producir, la adolescente lo que pone es su propia producción, o sea, un hijo con el cual se hace a un lugar como ser sexuado, como madre, restituyendo así parcialmente, lo borrado del NP, pues de hecho se considera que ella tiene un hijo para el padre.
2 P.L.Assoun (2001) Que veut une adolescente? Paris : Ères
1 J. Lacan, El Seminario XX , Aún p. 36 6

viernes, 9 de marzo de 2012

El deseo de los padres: ¿Que hay detrás?

Todos quisiéramos que nuestros hijos triunfen en la vida, que sean los mejores en todo y no tengan ningún impedimento para ello. Sin embargo, exigirles demasiado, convertir esos deseos en un calvario para los niños y la familia en general, solo puede llevar a grandes frustraciones, en especial cuando los padres se convierten en impulsadores fuera de control. Ellos deben recordar que sus sueños quizás frustrados, no pueden ser compensados a través de sus hijos jamás.
Los motivadores suelen terminar convirtiéndose en controladores. Soñar junto a los hijos es muy comprensible al comienzo, pero escoger esos sueños y seguirlos a rajatabla como si fueran propios puede ser peligroso, pues son los hijos y solamente ellos quienes lograrán que se cumplan o no. 

¿Significa esto que los padres preocupados por el éxito de sus hijos se conviertan tan solo en sus choferes o nanas que les llevan a las lecciones de karate, fútbol o ballet, a los juegos o partidos o a las citas con modistas y peluqueros para prepararlos para eventos artísticos especiales? Sí, es algo así lo que los padres deben hacer; sin embargo, hay beneficios para ellos también: los padres sabrán exactamente adonde van sus hijos, tendrán la oportunidad de verlos luchar por sus sueños y disfrutarán de sus juegos, partidos, presentaciones artísticas y más.
Según la doctora Kara Smith de la Universidad de Windsor en Ontario, Canadá, los padres deben dejar que sus hijos se desarrollen por sí solos en los diversos campos y actividades que tienen a su disposición. 
“La exigencia materna desmesurada se comprende si se relaciona la magnitud de la renuncia requerida a las mujeres, en cuanto a la autonomía y el despliegue pulsional, así como respecto de gratificaciones narcisistas que no deriven del ejercicio de la maternidad"2

La maternidad como actividad exclusiva y privilegiada, promueve que el lugar psíquico de ese hijo tenga una dimensión narcisista. Para las mujeres para quienes la maternidad ha sido la mayor o única fuente de gratificación narcisista, los hijos son representados en ocasiones como productos propios, retoños de su propio deseo, hijos partogenéticos. El papel del hombre en la gestación, admitido racionalmente, queda luego desvirtuado a través de las producciones inconscientes que develan fantasías de autogestación. "Este va a ir adonde yo vaya, porque es mío", decía una paciente embarazada mientras se tocaba su vientre, aludiendo a un lazo sustentado en la biología, pero que trasciende la misma. La madre como única fuente de cuidados y sustento, ha promovido la creencia de que el hijo es de su propiedad. Sólo ella sabe mejor y más que nadie, sobre los requerimientos y necesidades de su cría, porque la naturaleza así lo ha dispuesto.
 Algunos discursos psicoanalíticos, han reforzado estas creencias ilusorias.
 Así, Phillipe Julien, psicoanalista de orientación lacaniana, sostiene:

"En efecto. ¿qué hay mejor en el mundo para un hijo que el amor de la madre? Ella posee una intuición que proviene al mismo tiempo del corazón y de la experiencia física de la gestación, del parto y de la lactancia. Tiene un saber que ningún hombre, ni siquiera el mejor del mundo, podría verdaderamente reemplazar o imaginar. Es por ello, que si el padre es eminentemente intercambiable en su papel de educador, la madre, por el contrario, no lo es y no puede ser reemplazada por el padre"


La teoría psicoanalítica ha caracterizado y puesto el énfasis fundamentalmente en el deseo de las mujeres de ser madres, extrayendo estas conceptualizaciones sobre un modelo de mujer, cuyo ideal prevalente era la maternidad y con un alto grado de sexualidad reprimida. Los hijos como prolongaciones narcisistas o como sucedáneos eróticos, tal como lo describe Freud han sido - y aún lo son- un observable frecuente, en la clínica, pero tal descripción no puede hacernos perder de vista las condiciones de subjetivación.
¿Cuál es la complejidad deseante que subyace al deseo de tener un hijo y convertirse, desde ahí en madre o padre? 

El deseo parental es producto, de un largo proceso que se gesta en la infancia, y está directamente relacionado con el desarrollo psicosexual de la niña/ o niño y determinado por los procesos identificatorios con ambos padres, que incluyen las identificaciones de género, Procesos identificatorios, del niño/a con los padres, resultante a su vez de la implantación en la mente del hijo/a (J. Laplanche, 1987) de mensajes inconscientes relativos a la masculinidad/femineidad y que incluyen las representaciones sobre la maternidad o la paternidad.

Para el relato tradicional del psicoanálisis, la niña querrá tener un hijo, en primer lugar de su padre, como sustituto del pene que la naturaleza y luego su padre, le negaron y que ella anhela. Querrá primero entonces tener un hijo- pene, de su padre. Recién, luego de la pubertad, se identificará con su madre, y querrá tener un hijo de un hombre, instalada en una femineidad normal definida por el deseo maternal.

La psicoanalista Silvia Tubert distingue entre el "deseo de hijo al deseo de maternidad". El primero alude al registro del tener (un hijo) en tanto el segundo compromete al ser (madre) El tener un hijo, está más relacionado con la conformación del Ideal del Yo de la niña, que al tiempo que resuelve su peripecia edípica, se identifica con los emblemas culturales respecto de su género sexual. El deseo de maternidad en cambio proviene de un ser - como la madre, dominio del Yo Ideal, núcleo duro y remanente del narcisismo infantil en la mente del adulto. Se alude entonces a lo preedípico, al registro de la identificación primaria con la madre, objeto del apego y de los cuidados autoconservativos, semejante de género. Se querrá ser madre para ser una con mamá.

¿Cual es la naturaleza del deseo de ser padre?
Así como el padre de la Modernidad ha estado significativamente ausente en la vida de sus hijos, las teorizaciones acerca del deseo de paternidad, son prácticamente inexistentes en la reflexión psicoanalítica. El psicoanálisis -y en particular el de cuño lacaniano- no ha podido pensar en la relación del padre con su/s hijos 
Juego de presencias y ausencias: el que sí ha estado presente es "el padre ausente". Esta es una figura ya clásica de la literatura psicoanalítica, que alude a la ausencia no de las prácticas de crianza, sino a su función de corte, de ejecutor de la prohibición del incesto, de regulador necesario entre la madre y el infante. Ese "padre ausente", ha sido por otro lado, interpretado como dejado ausente por el deseo de la madre, que no le da un lugar. Esta ausencia de padre, y el apropiamiento del hijo por parte de la madre, lo hemos señalado más arriba , es la resultante de los ordenamientos sociales en las sociedades modernas, donde la responsabilidad de los hijos ha sido dejada totalmente en manos de las mujeres. La maternidad como la única actividad productiva y legitimada para la mujer, han facilitado que los hijos sean tomados como propiedad privada, posesiones narcisistas. 

 Las nuevas generaciones.
Que lugar psíquico pueden ocupar los hijos en las nuevas generaciones de madres y padres. La maternidad para las mujeres jóvenes , bascula por un lado entre el deseo de realizar un proyecto personal y el deseo de tener un hijo. La difícil articulación entre el egoismo -utilizado aquí no en un sentido peyorativo, sino en la línea planteada por Freud, del interés del yo por sí mismo- y las renuncias y postergaciones inevitables que implican el cuidado de otro. Aún cuando la crianza sea compartida y los cuidados se hagan " a dúo" con el padre. 

De todas maneras, ser madre no aparece ya como la única meta del proyecto de vida femenino, otros ideales se le han propuesto al Yo. El hijo entonces, no ocupa todo el espacio psíquico y aún considerando de que la relación de la mujer con su embarazo, facilita las fantasías de hijos productos del propio cuerpo, los hijos se conciben tanto conciente como inconscientemente, predominantemente como el fruto de un vínculo afectivo sexual con el hombre. Esto último, lleva implícito, que esa mujer, antes niña, pudiera incorporar durante su desarrollo el papel gestante del padre para la procreación. 
Ser padre, para algunos varones está dejando de ser una lista de obligaciones y se empieza a significar como algo más que una prédica docente sobre habilidades y destrezas. 

Quizás, los varones comienzan a conectarse más con el "niño que fueron". Niño escondido que, es "la causa de su malestar y su sufrimiento psíquico, pero también, la fuente de la creatividad y de la riqueza de la existencia". Desde ahí, iniciar un vínculo distinto con sus hijos.

El deseo de hijo incluye, debería incluir también al otro y diferente de sexo, condición necesaria en nuestra especie para su reproducción. ¿De quien se quiere un hijo? El panorama actual en este terreno se nos presenta complejo y con movimientos contradictorios: mujeres que quieren tener hijos con prescindencia de quien sea el padre, hombres que reclaman su paternidad en esos casos de esperma donado; padres que se niegan a asumir una paternidad que no quisieron; parejas homosexuales que reclaman sus derechos a tener hijos. 

Un padre que asume con placer las tareas de cuidados,( que no se remiten únicamente a cambiar pañales o dar mamaderas) no deberían interpretarse como que tienen "aspectos femeninos o maternales". Las conductas de apego pueden, si las condiciones de subjetivación cambian, brindarlas ambos géneros.
Nada impide en todo caso considerar una posible articulación de las funciones parentales que tenga en cuenta de otra forma la actividad de los deseos masculinos y femeninos y que haga de ella una ley.

¿QUÉ DEFINE A UNA MUJER?

El tema de la mujer siempre es actual. La cultura, la sociedad, la filosofía y hasta la psicología tienen algo que decir, pero nunca se dice todo. En mi postura psicoanalítica, pretendo hacer algunas reflexiones.

Como es sabido, dentro del psicoanálisis la mujer ocupa el centro de una pregunta que hizo historia y ha generado profundos efectos sobre el legado de Freud. Nació durante una sesión de análisis de Marie Bonaparte con el maestro vienés. Freud le dice: «La gran pregunta que nunca recibe respuesta y yo no estoy capacitado para responder, después de mis treinta años de estudios sobre el alma femenina, es ¿Qué desea una mujer?».  Para Freud el enigma de la mujer osciló siempre entre lo sagrado, lo divino y lo irrepresentable. Y a pesar de que jamás se separó de su afirmación acerca de la apenada niña del Edipo: “Ella lo vio, ella quiere eso”, se refirió a la psique femenina como algo insondable, como un "continente oscuro", hasta llegar a formularse hacia el final de su vida su famosa pregunta: “¿Was will das Weib?”.

¿Qué es una mujer para Freud? Aquí se hace necesario partir de una proposición psicoanalítica básica en torno a la diferencia sexual. Al remitirnos a la obra de Freud, encontramos que una parte central de su doctrina se basa en la afirmación de que la anatomía por sí sola no determina la identidad sexual, del mismo modo, que la diferencia sexual no puede ser reducida a lo natural. Para Freud lo que produce la diferencia sexual es el significado asignado a la diferencia anatómica de los órganos masculinos y femeninos. En consecuencia, según Freud los hombres sufren de «angustia de castración» y las mujeres de su «Penisneid» (envidia de pene). 

La niña decepcionada por carecer de un pene la irá dirigiendo hacia el padre como el verdadero amor. Esta envidia fálica no va a ser tan fácilmente aceptada, así que tal deseo perdurará en el tiempo, en donde se sustituirá por el de tener un hijo cuya preferencia será la de que sea un varón para poder alcanzar la perfección en esta relación.A partir de esta falta de pene la hará sentir desvalorizada e inferior.

La entrada en el Complejo de Edipo, con este viraje al padre, le dará para la mujer tres salidas diferentes:
a) La suspensión de toda la vida sexual. 
b) La hiper-insistencia en la masculinidad. 
c) La feminidad definitiva.

Estos son los tres destinos de la sexualidad femenina, según Freud. El  primero, un destino sin destino; ausencia de sexualidad, o más bien, diría, una sexualidad no compartida. El segundo: una actividad sexual masculina. ¿La homosexualidad femenina? Y el tercero: la feminidad definitiva, cuando la mujer toma al padre como modelo e identifica a su marido con él, lo hace su objeto de amor y a la vez rivaliza con él. También con el marido actualiza la mala relación con su madre.

Por su parte,  Lacan trata de responder a la pregunta ¿Qué quiere  la Mujer?,  de esta manera: Un deseo muy extraño a toda búsqueda del tener. Es definido como el equivalente, si no de una voluntad, al menos un objetivo de goce. Para Lacan se trata de dar un lugar a la originalidad de la posición de las mujeres y al goce femenino a ella ligada. Destacando que el goce femenino se trata de un goce específico, exceptuado del carácter “discreto” y limitado del goce fálico propio del varón. Porque, como asegura, en cuestión de goces lo que se siente del lado mujer sobrepasa lejos, lo que los hombres pueden sentir. Que es un goce mucho mayor tiene una lógica bastante simple y sencilla, no es lo mismo gozar de un órgano que gozar de todo el cuerpo. Lo tematiza en RSI  y en Encore (1972) como el goce suplementario: un goce que va más allá del goce del órgano, e incluso de las palabras. Un goce propio del que nada se dice y del que las mujeres no explicitan absolutamente nada; y que cada una tendrá una marca diferencial de acuerdo a su historia singular. Lacan utiliza la alegoría de Tiresias, quien tras haber transitado por su lado hombre y por su lado mujer, consultado por el Zeus, dice: “donde el hombre goza 1, la mujer goza  9”.

Lacan vuelve a la cuestión de la diferencia genérica para establecer una serie de formulaciones precisas: La mujer, esa entidad que se supone ontológicamente opuesta al hombre corresponde simplemente a la fantasía del niño de poseer una madre que lo completa, que lo hace pleno, que erradica su angustia y lo hace feliz. Esa mujer, La mujer con mayúscula, no existe ni existió verdaderamente nunca. Masculino y femenino son presentados en esa obra de Lacan simplemente como posiciones ante el goce que nada tienen que ver con la dotación peneana o vaginal. Lo que Lacan define ahí como el goce femenino en oposición al masculino simplemente implica aquél goce que anula los límites, que posibilita una vivencia de completud, mientras que el goce masculino implica el límite, es momentáneo y supone la castración simbólica.

En el pasado y en el presente. No cabe duda que la cultura siempre ha jugado un papel importante en su concepción de la mujer, siendo más limitada para ejercer ciertas actividades. Pero a  pesar de tales restricciones siempre encontramos historias de mujeres productivas, emprendedoras, enérgicas, talentosas, creativas. Siempre han existido pero creo que el problema es que no han sido  reconocidas. 

Toril Moi (2002) ha escrito: “Es tiempo de renunciar a la fantasía de encontrar la clave del ‘enigma de la femineidad’. Las mujeres no son esfinges. No hay enigma alguno por resolver.”
Quizás la mujer del tercer milenio quiera ser pensada por el psicoanálisis como persona en su totalidad, no en las márgenes del pensamiento como “lo distinto y enigmático” sino como un ser par en el complejo concierto humano. Esta propuesta derivará en innovadoras teorizaciones que ubicarán al enigma en su carácter de universal de existencia y lo liberarán de los ecos de una fantasmática sociocultural. 

Concluyendo, no queda más que mencionar que en la actualidad existen muchas mujeres y hombres que hacen nuevas aportaciones al tema de la feminidad, resaltando sobre todo el papel de la cultura.