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viernes, 16 de marzo de 2012

LA ENVIDIA ¿ SENTIMIENTO HUMANO?

¿Ha sentido alguna vez rabia o enfado por el éxito de otras personas? ¿Vive fijándose en lo que consiguen sus conocidos y no valora lo que usted logra? ¿Cuando alguien le habla de algún logro, tiende a hablar de usted, incluso a mentir? ¿Se considera una persona envidiosa? ¿Sabe qué es la envidia?

La Envidia, desde la religión cristiana,  es considerada como un pecado capital porque genera otros pecados, otros vicios; El término "capital" no se refiere a la magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros pecados y rompe con el amor al prójimo. La naturaleza destructiva de la envidia, que permite diferenciarla de la envidia sana, se refleja en que la primera origina malestar emocional; sentimiento que en lugar de ayudarle a conseguir lo que envidia, se lo dificulta.

El envidioso es incapaz de ponerse en el lugar del envidiado, para poder comprender su situación, o de sentir empatía hacia él. ¿Qué significa sentir empatía hacia alguien? Significa sentir lo que siente el otro. Y es la base de la comprensión y de la solidaridad. La envidia origina una serie de reacciones negativas que pueden hacer que el envidioso se aísle de los demás o tenga serias dificultades para relacionarse adecuadamente con ellos. La envidia se produce casi siempre hacia personas muy cercanas (familiares, amigos, vecinos y frecuentemente entre compañeros de trabajo y/o profesión).


La forma más conflictiva de envidia es aquélla que se dirige hacia las personas que uno ama. Es este tipo de envidia el que tiende a sumergirse con mayor vigor en el Inconsciente, porque amenaza con destruir precisamente aquello que valoramos. “Es envidia la que provoca placer por las desgracias de los amigos”.

La vida de una persona envidiosa no gira sobre su propia realidad, sino sobre lo que desearía, sobre lo que no tiene, sobre lo que le falta. La insatisfacción y el vacío es un continuo que le impide gozar de su vida real. La tristeza y el pesimismo le privan de la espontaneidad y la alegría. No sabe reírse con otras personas ni de sí mismo. Sólo lo hace con mofa y desprecio hacia los otros. 

Ahora, desde el psicoanálisis la envidia es un término introducido por Melanie Klein en 1924 para designar un sentimiento primario inconsciente de avidez respecto de un objeto al que se quiere destruir o dañar. La envidia aparece desde el nacimiento, y se dirige al principio al seno de la madre. En las posiciones esquizoparanoide o depresiva, la envidia ataca al objeto bueno, para convertirlo en objeto malo, produciendo así un estado de confusión psicótica.

Freud, se refirió a la envidia en gran parte de su obra, vinculándola al origen de las normas, la justicia, la desigualdad social y hasta con la identificación, que nacería de la transformación de un impulso agresivo, en el que la envidia juega un papel preponderante. Luego la conceptualizaría como Envidia del pene, roca viva, más allá de la cual no veía curación posible.

El concepto de envidia del pene hace referencia según Sigmund Freud, y dentro del contexto psicoanalítico, a un Elemento fundamental de la sexualidad femenina y móvil de su dialéctica. La envidia del pene surge del descubrimiento de la diferencia anatómica de los sexos: la niña se siente lesionada en comparación con el niño y desea poseer, como éste, un pene (complejo de castración); más tarde, en el transcurso del Edipo, esta envidia del pene adopta dos formas derivadas: deseo de poseer un pene dentro de sí (principalmente en forma de deseo de tener un hijo); deseo de gozar del pene en el coito. La envidia del pene puede abocar a numerosas formas patológicas o sublimadas.

Para Melanie Klein todo era más grave aún: la envidia es expresión directa de la pulsión de muerte, constitucional, endógena y está dirigida desde el nacimiento hacia el objeto dador por excelencia: la madre o más específicamente, su pecho. O sea, naceríamos con una dotación de mayor o menor envidia, presta a atacar lo bueno del mundo. 

Sin embargo, no todos los autores acuerdan con esto y en los últimos años han aparecido versiones que nos hablan de otras facetas de la envidia, ya que en tanto sentimiento, puede estar presente en todos los seres humanos pero no conducir obligatoriamente a la destructividad de lo envidiado y su portador. 

Lo cual nos lleva pensar que ha sido tratada, al decir de Santa María Fernández ( 1997), como los victorianos lo hacían con la sexualidad, es decir, siempre en versión maligna. 

Esto ha llevado a una notable polarización en el mundo psicoanalítico: o todo es envidia destructiva e incurable, o ni se habla de ella, no existe, descuidando así un importante capital de la vida humana, ya que la envidia, tal como indica su definición, es un sentimiento de pesar por un bien ajeno (y no puede dejar de ser displacentero advertir lo deseado en otro y carecer de él ) que puede también transformarse en motor de la concreción de un deseo que la envidia denuncia. Difícilmente creceríamos, nos desarrollaríamos si no advirtiéramos por comparación, aquello que nos falta. Y esta es la parte de la definición menos estudiada.

Es extraño que, en nuestra moral, a la envidia se la considere como una falta, sin embargo, es un movimiento muy natural. Y no sólo es considerada como una falta sino que, también, al producir envidia se corre el riesgo de provocar el mal de ojo. ¿Por qué no estaría bien producir envidia en los demás? ¿Por qué disimular su felicidad para no atraer el mal de ojo? Ustedes ven en realidad que hay ahí un enigma y, gracias a estas introducciones, podemos comprender más fácilmente porqué.

Lacan da el ejemplo que encontró en las Confesiones de San Agustín, en las que relata que cuando niño miraba a su hermanito en el seno de su madre y como, al ver el aparente estado de felicidad y satisfacción de éste, concluye: esto es lo que provoca en mí la envidia, es decir, la idea de que el hermanito posea el objeto de la verdadera satisfacción. Es así que se constituye el deseo para el sujeto, a partir de la imagen que otro le da de lo que sería poseer el objeto verdadero, el que Lacan llama el objeto a. Mi deseo se constituye a partir de la imagen de otro que parece poseer el objeto verdadero. Observen que para Lacan la constitución del yo (moi) se hace en espejo a partir de una imagen ideal que parece estar habitada por el objeto a y, de allí, se convierte en un yo ideal. Lo que el niñito ve en el espejo es una imagen que le parece ideal solamente por el hecho de que la mirada de la madre la ve como ideal, pero él hace una diferencia entre esa imagen ideal investida por la mirada de la madre y el carácter que él puede vivir como miserable, de su propia imagen frente a esa imagen ideal.

¿Por qué causar envidia es una falta? ¿Por qué se corre un riesgo? Pues es porque da a los demás la impresión de que se posee el objeto a. Y este es el objeto que no se debe tener, que debe ser rechazado, el que no debe presentificarse.  Ahora bien ¿acaso el deseo se podría instaurar en mí si yo no experimentara envidia, es decir, esa idea de que otro conoce la satisfacción absoluta? La clínica nos muestra que el encuentro de un niño con la envidia es indispensable para la constitución del deseo en él. Y si fuese educado en condiciones que lo protegieran de las manifestaciones del deseo, pues, podríamos apostar a que el deseo de ese niño va a ser débil durante su vida.

Hay otros ejemplos sencillos: si soy pobre y veo alrededor mío gente rica, me dará ganas de poseer también esa satisfacción, ese goce, si en la familia sé que mi madre es objeto de deseo, tendré igualmente ganas de ejercer ese deseo; si veo que el otro tiene el poder y que me obliga a obedecerlo, tendré ganas de poseerlo también. Lo que comento es de la vida cotidiana la más sencilla pero tiene consecuencias interesantes. Es que esos objetos que van constituyendo mi deseo se muestran en cualquier ocasión pero sólo en una dimensión imaginaria. En otras palabras, cuando veo a mi hermanito feliz en el seno de mi madre, ¿acaso significa que lo que él siente es la felicidad suprema? No. No es sino un lactante que satisface su necesidad. Es decir que, en cada caso es imaginario el objeto que resulta par mí determinante y suscita mi pasión, es decir la convicción de que ese objeto -que provoca mi deseo y del cual resulto privado- es el verdadero objeto.

Ý allí mismo uno entra en una forma de alineación de la que es habitualmente difícil salirse. No sé si he sido lo suficientemente claro: en primer lugar, la envidia es constitutiva del deseo pero concierne a un objeto imaginario, en el sentido de que parece aportar al otro que suscitó mi envidia, la satisfacción absoluta. Pero el otro, el hermanito, el que estaba en el seno y que me produjo envidia, tendrá sus propios problemas, sus propias envidias, estará marcado por las mismas frustraciones y por las mismas privaciones.

Es importante dejar claro que, la envidia es considerada como marcador del deseo, lo cual nos advierte de la importancia de prestar atención en la clínica cotidiana a este sentimiento enojoso, despojándonos de los prejuicios y el miedo con que se lo ha abordado y propender a su tratamiento, posible y necesario:  CASO POR CASO.

¿ES EL EMBARAZO PRECOZ UN SINTOMA DEL PASAJE A LA FEMINIDAD DE LAS ADOLESCENTES ACTUALES?

Actualmente en los medios de comunicación en Venezuela se hacen eco del incremento de embarazos en la adolescencia durante los últimos años.
Venezuela es el país de Sudamérica con mayor tasa de embarazo adolescente. Y el tercero de todo el continente solo por detrás de Nicaragua y República Dominicana. Según datos de la Organización de Naciones Unidas, 91 de cada 1.000 gestantes tiene menos de 18 años. Un problema asociado principalmente a familias disgregadas y de bajos recursos que se repite generación tras generación y que el Gobierno venezolano asume como el segundo gran problema de salud sexual.

Además, el aborto no esta regularizado en Venezuela, por lo que muchas de estas niñas lo practican en condiciones inseguras como en lugares ilegales o introduciéndose ellas mismas objetos en la vagina. De hecho, el 6,4% de las adolescentes han tenido un aborto y se producen dos muertes semanales por su mala práctica. Las complicaciones obstetricias son la tercera causa de muerte de las mujeres de 15 a 19 años, que tienen cinco veces mas probabilidades si el rango de edad desciende a las que se encuentran entres los 10 y los 14 años.

A pesar de las campañas de prevención y del acceso gratuito de los jóvenes a la contracepción y de la píldora del día después, ¿cómo entender actualmente el incremento de estos embarazos? ¿Por qué esta maternidad tan precoz? ¿Tiene que ver con los desasosiegos amorosos de las adolescentes actuales? ¿Cuáles son las razones por las que las adolescentes se quedan embarazadas?

Algunos profesionales de la planificación familiar atribuyen este aumento a varias causas: “Que la educación sexual, recibida en la familia, las escuelas, los medios y el entorno falla estrepitosamente”. “A la dificultad de acceso a los métodos anticonceptivos i a la píldora del día después”. “A las largas esperas para acudir a un centro de planificación familiar”. “Al miedo a tomar la píldora”. “Al uso del aborto como método anticonceptivo”.

En estas jóvenes actuales no existe desconocimiento o falta de información acerca de los métodos anticonceptivos. Buscar la solución de estos embarazos en una píldora, así se llame “del día después”, no parece ser la solución a una problemática que parece tener sus raíces en la subjetividad, en lo particular de cada sujeto, en la subjetividad de una época que excluye cada día más, y de la cual el sujeto trata de incluirse de alguna manera.  

¿Podríamos decir que los embarazos no deseados en las cifras que nos muestran los abortos son antes que nada embarazos a tomar como síntomas del mundo moderno? ¿Acaso los embarazos de las adolescentes son ritos de pasaje, o una manera de demostrarnos que son mujeres? ¿Serán acaso intentos torpes de apoyarse en un rasgo que permite una forma de certeza en lo concerniente a la feminidad? Quizás son una muestra de las dificultades relacionadas con la posición femenina y vienen a interrogarnos sobre las relaciones hombre y mujer, más allá de las cuestiones de la paridad en lo que anima a cada uno en su relación con lo real. Podríamos decir que las cifras nos cuestionan sobre la manera en que la subjetividad de cada uno se encuentra comprometida en la sexualidad.

Nuestra práctica cotidiana con adolescentes nos confronta a dificultades y particularidades, tanto clínicas como teóricas. Voy a tratar de analizar a través de varias viñetas clínicas de adolescentes embarazadas que deciden abortar, escuchadas en consulta privada y en consulta pública en un centro de planificación familiar para jóvenes si el embarazo es un síntoma del pasaje a la feminidad de las adolescentes actuales.

¿Qué hará que ellas decidan abortar o continuar con el embarazo? ¿Tiene que ver con el estrago madre-hija? o ¿acaso con el goce femenino? O ¿el embarazo viene a dar cuenta de la dificultad entre ser madre y ser mujer?

Pongamos un caso: A través del embarazo, una adolescente intentará reencontrar su madre a partir de dos preguntas: ¿cómo ha sido madre? Y también ¿Cómo es mujer? ¿Cómo conciliar estas dos posiciones? Todo esto se cuestiona la adolescente en el tiempo del pasaje de chica a mujer.

Susana es una chica de 15 años, visita al ginecólogo  porque ha constatado que esta embarazada. Sus padres están separados y ella sólo tiene una hermana que la acompaña. Ha realizado algún intento desesperado para revelar su embarazo a su madre. Al final decide afrontarlo enviándole un SMS, cuando su madre se encuentra en casa de su hermana. Su sola inquietud era el anunciarle a su madre el embarazo. El embarazo en si no tenía ningún valor a sus ojos. Además este embarazo ha sido en su primera relación sexual.

Después de hablar con su madre es cuando puede ser consciente de que esta embarazada y de que quiere desprenderse de “eso”. Además este embarazo, viene en el momento en que su madre se separa de su padre e inicia otra relación con otro hombre. La madre se sorprende de que su hija ya sea adolescente y piensa que todo es debido a los cambios que han sucedido en su entorno familiar. El embarazo le ha servido a Susana para poder salir, del lugar de niña pequeña, en donde la madre la colocaba.

La madre de Susana al saberlo, no tiene otra idea, más que la supresión del embarazo de su hija, como si frente a la pérdida, pérdida irremediable de la infancia de su hija, se tratara de ganar tiempo. Así del instante de ver se pasa al de concluir. Pienso que es importante que a la adolescente se le escuche antes de la intervención para que pueda comprender algo de lo que se expresa con el síntoma de su embarazo.

El embarazo en la adolescencia aparece como una marca innegable del hecho que es mujer o como un intento abortado de reconocerse mujer. La madre no puede ofrecer a su hija el rasgo identificatorio de la identidad femenina debido a que el significante de la mujer no existe. Es el único rasgo, la maternidad que permite de intentar aproximarse a este enigma que constituye la mujer.

¿Qué espera la hija de su madre en tanto que mujer? Es una de las preguntas que se encuentran en el pasaje a la feminidad de las chicas y a la que es muy difícil responder.

La cuestión es saber que precio debe pagar la adolescente para franquear esta etapa de la adolescencia, no sin riesgos, esta etapa decisiva que es el encuentro del sujeto con el deseo sexual, con la elección del objeto de amor. ¿Cómo va a arreglárselas? ¿Cuál será su margen de maniobras? ¿Arriesgará su vida o sabrá sacrificar una parte del goce que esta en juego?

Algunas adolescentes frente a la pregunta ¿Qué es una mujer?, se angustian al intentar encontrar una respuesta, hacen un salto de niña a madres sin pasar por la feminidad. Frente a la no respuesta de sus madres sobre la feminidad y sobre el goce femenino, podemos encontrar las respuestas de algunas adolescentes actuales: embarazos precoces, anorexia, bulimia, adicciones, inadaptación escolar, vaginismo, abandono de los estudios, etc.

¿Donde encontrar el sendero que conduzca a la feminidad? Según Assoun2: “Se refiere a un pasaje poco profundo de un río, que se puede atravesar a pie. Pero la Gradiva debe saber, en que momento poner el pie sin mojarse o sin ahogarse… Debe remitirse a ella misma, decorando este pasaje al vacío.”
En “este pasaje al vacío” que representa el acto de interrupción del embarazo, la adolescente se “moja” en tanto que sujeto, en ese imposible de ser mujer, en el mismo momento de llegar a ser. Pero ser mujer, nadie podrá hacerlo mejor que ella en adelante.

Percibimos en estas viñetas que el embarazo da cuenta de los problemas subjetivos de cada adolescente y de los avatares de cada chica en su acceso a la sexualidad y feminidad. La hipótesis de un pasaje al acto que permita que se pase mágicamente del cuerpo de la infancia a la edad adulta o de niña a madre es muy convincente.
Abortar puede ser, a veces una falsa salida sintomática a un conflicto psíquico, difícil de tratar por el sujeto.
Si para Freud “una verdadera mujer” es la que escogería la tercera via de estos destinos de la feminidad, o sea la maternidad, para Lacan, “una verdadera mujer” es la que mantiene la separación necesaria entre la madre y la mujer, que la maternidad viene a encubrir si llega el caso.
Lacan escribe: “La mujer no entra en función en la relación sexual sino como madre […] se demostrará que el goce de la mujer se apoya en un suplir ese no—toda. Para este goce de ser no—toda, es decir, que la hace en alguna parte ausente de sí misma, ausente en tanto sujeto, la mujer encontrará el tapón de ese a que será su hijo.”1

Podríamos decir que el embarazo como síntoma, el hijo en el vientre, es el significante con el cual la adolescente logra inscribir su sexuación; el goce no desaparece, pero encuentra la forma de ser simbolizado ante el Otro, y con este, su lugar en el lazo social como madre.

¿Cuál es entonces la relación de estos síntomas con el discurso capitalista y de la ciencia? Del lado del embarazo precoz como síntoma la adolescente subvierte la verdad del discurso que, ante su afán por ponerla a producir, la adolescente lo que pone es su propia producción, o sea, un hijo con el cual se hace a un lugar como ser sexuado, como madre, restituyendo así parcialmente, lo borrado del NP, pues de hecho se considera que ella tiene un hijo para el padre.
2 P.L.Assoun (2001) Que veut une adolescente? Paris : Ères
1 J. Lacan, El Seminario XX , Aún p. 36 6

viernes, 9 de marzo de 2012

El deseo de los padres: ¿Que hay detrás?

Todos quisiéramos que nuestros hijos triunfen en la vida, que sean los mejores en todo y no tengan ningún impedimento para ello. Sin embargo, exigirles demasiado, convertir esos deseos en un calvario para los niños y la familia en general, solo puede llevar a grandes frustraciones, en especial cuando los padres se convierten en impulsadores fuera de control. Ellos deben recordar que sus sueños quizás frustrados, no pueden ser compensados a través de sus hijos jamás.
Los motivadores suelen terminar convirtiéndose en controladores. Soñar junto a los hijos es muy comprensible al comienzo, pero escoger esos sueños y seguirlos a rajatabla como si fueran propios puede ser peligroso, pues son los hijos y solamente ellos quienes lograrán que se cumplan o no. 

¿Significa esto que los padres preocupados por el éxito de sus hijos se conviertan tan solo en sus choferes o nanas que les llevan a las lecciones de karate, fútbol o ballet, a los juegos o partidos o a las citas con modistas y peluqueros para prepararlos para eventos artísticos especiales? Sí, es algo así lo que los padres deben hacer; sin embargo, hay beneficios para ellos también: los padres sabrán exactamente adonde van sus hijos, tendrán la oportunidad de verlos luchar por sus sueños y disfrutarán de sus juegos, partidos, presentaciones artísticas y más.
Según la doctora Kara Smith de la Universidad de Windsor en Ontario, Canadá, los padres deben dejar que sus hijos se desarrollen por sí solos en los diversos campos y actividades que tienen a su disposición. 
“La exigencia materna desmesurada se comprende si se relaciona la magnitud de la renuncia requerida a las mujeres, en cuanto a la autonomía y el despliegue pulsional, así como respecto de gratificaciones narcisistas que no deriven del ejercicio de la maternidad"2

La maternidad como actividad exclusiva y privilegiada, promueve que el lugar psíquico de ese hijo tenga una dimensión narcisista. Para las mujeres para quienes la maternidad ha sido la mayor o única fuente de gratificación narcisista, los hijos son representados en ocasiones como productos propios, retoños de su propio deseo, hijos partogenéticos. El papel del hombre en la gestación, admitido racionalmente, queda luego desvirtuado a través de las producciones inconscientes que develan fantasías de autogestación. "Este va a ir adonde yo vaya, porque es mío", decía una paciente embarazada mientras se tocaba su vientre, aludiendo a un lazo sustentado en la biología, pero que trasciende la misma. La madre como única fuente de cuidados y sustento, ha promovido la creencia de que el hijo es de su propiedad. Sólo ella sabe mejor y más que nadie, sobre los requerimientos y necesidades de su cría, porque la naturaleza así lo ha dispuesto.
 Algunos discursos psicoanalíticos, han reforzado estas creencias ilusorias.
 Así, Phillipe Julien, psicoanalista de orientación lacaniana, sostiene:

"En efecto. ¿qué hay mejor en el mundo para un hijo que el amor de la madre? Ella posee una intuición que proviene al mismo tiempo del corazón y de la experiencia física de la gestación, del parto y de la lactancia. Tiene un saber que ningún hombre, ni siquiera el mejor del mundo, podría verdaderamente reemplazar o imaginar. Es por ello, que si el padre es eminentemente intercambiable en su papel de educador, la madre, por el contrario, no lo es y no puede ser reemplazada por el padre"


La teoría psicoanalítica ha caracterizado y puesto el énfasis fundamentalmente en el deseo de las mujeres de ser madres, extrayendo estas conceptualizaciones sobre un modelo de mujer, cuyo ideal prevalente era la maternidad y con un alto grado de sexualidad reprimida. Los hijos como prolongaciones narcisistas o como sucedáneos eróticos, tal como lo describe Freud han sido - y aún lo son- un observable frecuente, en la clínica, pero tal descripción no puede hacernos perder de vista las condiciones de subjetivación.
¿Cuál es la complejidad deseante que subyace al deseo de tener un hijo y convertirse, desde ahí en madre o padre? 

El deseo parental es producto, de un largo proceso que se gesta en la infancia, y está directamente relacionado con el desarrollo psicosexual de la niña/ o niño y determinado por los procesos identificatorios con ambos padres, que incluyen las identificaciones de género, Procesos identificatorios, del niño/a con los padres, resultante a su vez de la implantación en la mente del hijo/a (J. Laplanche, 1987) de mensajes inconscientes relativos a la masculinidad/femineidad y que incluyen las representaciones sobre la maternidad o la paternidad.

Para el relato tradicional del psicoanálisis, la niña querrá tener un hijo, en primer lugar de su padre, como sustituto del pene que la naturaleza y luego su padre, le negaron y que ella anhela. Querrá primero entonces tener un hijo- pene, de su padre. Recién, luego de la pubertad, se identificará con su madre, y querrá tener un hijo de un hombre, instalada en una femineidad normal definida por el deseo maternal.

La psicoanalista Silvia Tubert distingue entre el "deseo de hijo al deseo de maternidad". El primero alude al registro del tener (un hijo) en tanto el segundo compromete al ser (madre) El tener un hijo, está más relacionado con la conformación del Ideal del Yo de la niña, que al tiempo que resuelve su peripecia edípica, se identifica con los emblemas culturales respecto de su género sexual. El deseo de maternidad en cambio proviene de un ser - como la madre, dominio del Yo Ideal, núcleo duro y remanente del narcisismo infantil en la mente del adulto. Se alude entonces a lo preedípico, al registro de la identificación primaria con la madre, objeto del apego y de los cuidados autoconservativos, semejante de género. Se querrá ser madre para ser una con mamá.

¿Cual es la naturaleza del deseo de ser padre?
Así como el padre de la Modernidad ha estado significativamente ausente en la vida de sus hijos, las teorizaciones acerca del deseo de paternidad, son prácticamente inexistentes en la reflexión psicoanalítica. El psicoanálisis -y en particular el de cuño lacaniano- no ha podido pensar en la relación del padre con su/s hijos 
Juego de presencias y ausencias: el que sí ha estado presente es "el padre ausente". Esta es una figura ya clásica de la literatura psicoanalítica, que alude a la ausencia no de las prácticas de crianza, sino a su función de corte, de ejecutor de la prohibición del incesto, de regulador necesario entre la madre y el infante. Ese "padre ausente", ha sido por otro lado, interpretado como dejado ausente por el deseo de la madre, que no le da un lugar. Esta ausencia de padre, y el apropiamiento del hijo por parte de la madre, lo hemos señalado más arriba , es la resultante de los ordenamientos sociales en las sociedades modernas, donde la responsabilidad de los hijos ha sido dejada totalmente en manos de las mujeres. La maternidad como la única actividad productiva y legitimada para la mujer, han facilitado que los hijos sean tomados como propiedad privada, posesiones narcisistas. 

 Las nuevas generaciones.
Que lugar psíquico pueden ocupar los hijos en las nuevas generaciones de madres y padres. La maternidad para las mujeres jóvenes , bascula por un lado entre el deseo de realizar un proyecto personal y el deseo de tener un hijo. La difícil articulación entre el egoismo -utilizado aquí no en un sentido peyorativo, sino en la línea planteada por Freud, del interés del yo por sí mismo- y las renuncias y postergaciones inevitables que implican el cuidado de otro. Aún cuando la crianza sea compartida y los cuidados se hagan " a dúo" con el padre. 

De todas maneras, ser madre no aparece ya como la única meta del proyecto de vida femenino, otros ideales se le han propuesto al Yo. El hijo entonces, no ocupa todo el espacio psíquico y aún considerando de que la relación de la mujer con su embarazo, facilita las fantasías de hijos productos del propio cuerpo, los hijos se conciben tanto conciente como inconscientemente, predominantemente como el fruto de un vínculo afectivo sexual con el hombre. Esto último, lleva implícito, que esa mujer, antes niña, pudiera incorporar durante su desarrollo el papel gestante del padre para la procreación. 
Ser padre, para algunos varones está dejando de ser una lista de obligaciones y se empieza a significar como algo más que una prédica docente sobre habilidades y destrezas. 

Quizás, los varones comienzan a conectarse más con el "niño que fueron". Niño escondido que, es "la causa de su malestar y su sufrimiento psíquico, pero también, la fuente de la creatividad y de la riqueza de la existencia". Desde ahí, iniciar un vínculo distinto con sus hijos.

El deseo de hijo incluye, debería incluir también al otro y diferente de sexo, condición necesaria en nuestra especie para su reproducción. ¿De quien se quiere un hijo? El panorama actual en este terreno se nos presenta complejo y con movimientos contradictorios: mujeres que quieren tener hijos con prescindencia de quien sea el padre, hombres que reclaman su paternidad en esos casos de esperma donado; padres que se niegan a asumir una paternidad que no quisieron; parejas homosexuales que reclaman sus derechos a tener hijos. 

Un padre que asume con placer las tareas de cuidados,( que no se remiten únicamente a cambiar pañales o dar mamaderas) no deberían interpretarse como que tienen "aspectos femeninos o maternales". Las conductas de apego pueden, si las condiciones de subjetivación cambian, brindarlas ambos géneros.
Nada impide en todo caso considerar una posible articulación de las funciones parentales que tenga en cuenta de otra forma la actividad de los deseos masculinos y femeninos y que haga de ella una ley.

¿QUÉ DEFINE A UNA MUJER?

El tema de la mujer siempre es actual. La cultura, la sociedad, la filosofía y hasta la psicología tienen algo que decir, pero nunca se dice todo. En mi postura psicoanalítica, pretendo hacer algunas reflexiones.

Como es sabido, dentro del psicoanálisis la mujer ocupa el centro de una pregunta que hizo historia y ha generado profundos efectos sobre el legado de Freud. Nació durante una sesión de análisis de Marie Bonaparte con el maestro vienés. Freud le dice: «La gran pregunta que nunca recibe respuesta y yo no estoy capacitado para responder, después de mis treinta años de estudios sobre el alma femenina, es ¿Qué desea una mujer?».  Para Freud el enigma de la mujer osciló siempre entre lo sagrado, lo divino y lo irrepresentable. Y a pesar de que jamás se separó de su afirmación acerca de la apenada niña del Edipo: “Ella lo vio, ella quiere eso”, se refirió a la psique femenina como algo insondable, como un "continente oscuro", hasta llegar a formularse hacia el final de su vida su famosa pregunta: “¿Was will das Weib?”.

¿Qué es una mujer para Freud? Aquí se hace necesario partir de una proposición psicoanalítica básica en torno a la diferencia sexual. Al remitirnos a la obra de Freud, encontramos que una parte central de su doctrina se basa en la afirmación de que la anatomía por sí sola no determina la identidad sexual, del mismo modo, que la diferencia sexual no puede ser reducida a lo natural. Para Freud lo que produce la diferencia sexual es el significado asignado a la diferencia anatómica de los órganos masculinos y femeninos. En consecuencia, según Freud los hombres sufren de «angustia de castración» y las mujeres de su «Penisneid» (envidia de pene). 

La niña decepcionada por carecer de un pene la irá dirigiendo hacia el padre como el verdadero amor. Esta envidia fálica no va a ser tan fácilmente aceptada, así que tal deseo perdurará en el tiempo, en donde se sustituirá por el de tener un hijo cuya preferencia será la de que sea un varón para poder alcanzar la perfección en esta relación.A partir de esta falta de pene la hará sentir desvalorizada e inferior.

La entrada en el Complejo de Edipo, con este viraje al padre, le dará para la mujer tres salidas diferentes:
a) La suspensión de toda la vida sexual. 
b) La hiper-insistencia en la masculinidad. 
c) La feminidad definitiva.

Estos son los tres destinos de la sexualidad femenina, según Freud. El  primero, un destino sin destino; ausencia de sexualidad, o más bien, diría, una sexualidad no compartida. El segundo: una actividad sexual masculina. ¿La homosexualidad femenina? Y el tercero: la feminidad definitiva, cuando la mujer toma al padre como modelo e identifica a su marido con él, lo hace su objeto de amor y a la vez rivaliza con él. También con el marido actualiza la mala relación con su madre.

Por su parte,  Lacan trata de responder a la pregunta ¿Qué quiere  la Mujer?,  de esta manera: Un deseo muy extraño a toda búsqueda del tener. Es definido como el equivalente, si no de una voluntad, al menos un objetivo de goce. Para Lacan se trata de dar un lugar a la originalidad de la posición de las mujeres y al goce femenino a ella ligada. Destacando que el goce femenino se trata de un goce específico, exceptuado del carácter “discreto” y limitado del goce fálico propio del varón. Porque, como asegura, en cuestión de goces lo que se siente del lado mujer sobrepasa lejos, lo que los hombres pueden sentir. Que es un goce mucho mayor tiene una lógica bastante simple y sencilla, no es lo mismo gozar de un órgano que gozar de todo el cuerpo. Lo tematiza en RSI  y en Encore (1972) como el goce suplementario: un goce que va más allá del goce del órgano, e incluso de las palabras. Un goce propio del que nada se dice y del que las mujeres no explicitan absolutamente nada; y que cada una tendrá una marca diferencial de acuerdo a su historia singular. Lacan utiliza la alegoría de Tiresias, quien tras haber transitado por su lado hombre y por su lado mujer, consultado por el Zeus, dice: “donde el hombre goza 1, la mujer goza  9”.

Lacan vuelve a la cuestión de la diferencia genérica para establecer una serie de formulaciones precisas: La mujer, esa entidad que se supone ontológicamente opuesta al hombre corresponde simplemente a la fantasía del niño de poseer una madre que lo completa, que lo hace pleno, que erradica su angustia y lo hace feliz. Esa mujer, La mujer con mayúscula, no existe ni existió verdaderamente nunca. Masculino y femenino son presentados en esa obra de Lacan simplemente como posiciones ante el goce que nada tienen que ver con la dotación peneana o vaginal. Lo que Lacan define ahí como el goce femenino en oposición al masculino simplemente implica aquél goce que anula los límites, que posibilita una vivencia de completud, mientras que el goce masculino implica el límite, es momentáneo y supone la castración simbólica.

En el pasado y en el presente. No cabe duda que la cultura siempre ha jugado un papel importante en su concepción de la mujer, siendo más limitada para ejercer ciertas actividades. Pero a  pesar de tales restricciones siempre encontramos historias de mujeres productivas, emprendedoras, enérgicas, talentosas, creativas. Siempre han existido pero creo que el problema es que no han sido  reconocidas. 

Toril Moi (2002) ha escrito: “Es tiempo de renunciar a la fantasía de encontrar la clave del ‘enigma de la femineidad’. Las mujeres no son esfinges. No hay enigma alguno por resolver.”
Quizás la mujer del tercer milenio quiera ser pensada por el psicoanálisis como persona en su totalidad, no en las márgenes del pensamiento como “lo distinto y enigmático” sino como un ser par en el complejo concierto humano. Esta propuesta derivará en innovadoras teorizaciones que ubicarán al enigma en su carácter de universal de existencia y lo liberarán de los ecos de una fantasmática sociocultural. 

Concluyendo, no queda más que mencionar que en la actualidad existen muchas mujeres y hombres que hacen nuevas aportaciones al tema de la feminidad, resaltando sobre todo el papel de la cultura.