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domingo, 8 de abril de 2012

LA NEUROSIS OBSESIVA DESDE EL PSICOANALISIS

Imaginemos que tenemos nuestro pensamiento invadido por múltiples ideas que “no tienen” ningún sentido, que no las podemos “sacar de nuestra cabeza”, que nos asaltan en cualquier momento sin poder vincularlas con ningún acontecimiento y que, además, no las experimentemos como propias, sino como órdenes que nos son impuestas desde afuera y que nos sentimos impulsados a cumplir. Imaginemos que estas órdenes sean dañar o hasta incluso matar a un ser querido. Intentarían ustedes controlar esas ideas? Se someterían a toda clase de prohibiciones, renunciamientos y limitaciones de su libertad con tal que esa fantasía no se lleve a cabo? El enfermo obsesivo así lo hace. 

Ahora imaginemos que nos sentimos obligados a hacer algo de lo que no podemos sustraernos, que además, aparentemente, no nos proporciona placer alguno y que, para colmo, tenemos que repetirlo, una y otra vez en un vaivén “carente de sentido”, sobre las actividades cotidianas de la vida (como lavarnos las manos, vestirnos, acostarnos, etc.) que terminan por parecernos ornamentaciones ceremoniosas interminables y que pese a todo no las podamos evitar. Terminaríamos agotados, ¿no? Y sin embargo así es como actúa el enfermo obsesivo. 

Ahora imaginemos que para coronar el sufrimiento dudáramos de todo lo que nos viene a la mente, de todas las ideas que tenemos. No nos “quedaría” otra posibilidad que cambiar una idea que nos parezca absurda por otra que nos parezca menos absurda, o cambiar una prohibición o una precaución por otra, aunque sea por un tiempo. Así vive el enfermo obsesivo.

Si a nosotros nos tocara la puerta un paciente con estas características, no iríamos a buscar en detalle lo que el psicoanálisis dice al respecto?
 

La clínica nos enseña cómo el obsesivo erige un Otro cruel, quien no reconoce ni sus sacrificios ni sus méritos y que se interpone,  impidiéndole gozar.

Pero lo paradójico que este Otro cruel, de quien se queja, al mismo tiempo es él quien va a ser el cruel de los crueles,  especialmente con su pareja y ante el cual, se experimenta como una víctima sacrificial  que exige su pérdida y que no le deja vivir. Es en ello que el caso de Freud es ejemplar.
De manera tal que hace existir un Otro a quien dota de una demanda que es una demanda de muerte. Lo dota de una demanda de desaparición.

Por eso Lacan, cuando en el Seminario de las Formaciones del Inconsciente, cuando analiza la dialéctica del deseo y la demanda en la neurosis y se dedica a explorar cuál es la modalidad del deseo en el obsesivo, nos machaca con este esfuerzo de parte del sujeto, quien para evitar el encuentro con ese vacío del intervalo, que no es sino el lugar donde va alojarse el deseo, se afana en intentar colmar la demanda. Trabajo que, por lógica, está destinado a saturar  el intervalo entre un significante y otro, de escapar, en el fondo, del encuentro con la angustia que implica un encuentro con un deseo fabricado de este modo.

Colmar la demanda, para no encontrarse con aquello que, en el Otro no conocemos y que nos separa de él, de ese lugar Otro,  "es lo que se llama su deseo. No es sino esto."

Esta indicación es clave,  porque aquello que del Otro no responde - en el momento de la constitución de la subjetividad - a la satisfacción de nuestra demanda, no solo torna opaco ese lugar del Otro - ¿que soy para el Otro?-, sino que devendrá, como marcas del sujeto, en una relación que el sujeto mantiene con su propia demanda.

Toda esta cuestión, relativa a la presencia que toma la figura de la muerte no es sino para apuntar, a lo que en otro momento de su enseñanza cuanto va a empezar a formalizar lo real, lo pulsional, - que comienza con el Seminario de La Ética, el seminario 7-  y va a ser articulado como el goce. La muerte no es sino las distintas figuras imaginarias que toma el goce.  Es una indicación que hago.

Hay dos cuestiones que no quiero dejar de considerar y que encontramos en la clínica de la obsesión, ya señaladas por Freud. Una es la presencia de la figura del padre y que lo llevó a Freud, en su encuentro con  el síntoma de la obsesión y esta modalidad del deseo, a escribir Tótem y Tabú, investigando que relación tiene el deseo con la prohibición y , más fundamentalmente . Esa pregunta que atraviesa  toda su reflexión y su pensamiento y que no es otra que la ¿qué es un padre?

Es lo que Lacan formaliza precisando que en el Mito  freudiano ese padre de la horda primitiva, ese padre gozador es el que volvemos a encontrar en la obsesión. Pero ese no es, lógicamente,  el padre simbólico.

El padre simbólico es aquél, que, cumpliendo la función de nombrar el goce, le da un significante para pasarlo al inconsciente y desde allí operar, marcando el goce, es decir, subordinándolo a la ley del deseo, y  por ese mismo acto, permitiendo un goce fálico posible
Es el padre en tanto que opera poniendo de acuerdo la ley misma  con el deseo, es decir, aceptar que hay falta.

La neurosis obsesiva quiere decir que algo ha fallado en esa transmisión para que en su lugar veamos aparecer toda esa exigencia del superyó , que ordena gozar, bajo esas formas imperativas, bajo esos mandatos, esa insensatez que tan bien muestra el Hombre de las Ratas: a falta de someterse a la ley del deseo,  es entregado a tener que hacer frente a un goce que le retorna , ya sea como modo "delirante" en el suplicio de las ratas , ya sea como obsesiones, ya sea como inhibición o como síntoma en el amor, es decir , en la relación con los objetos de amor.

Dicho aún de otro modo y esto me permite introducir la última cuestión, aunque no la agota,  eso que lo podría separar de la relación exclusiva que mantiene con la madre, como objeto primordial, que es la de no poder sino ocupar el  lugar del falo imaginario de la madre.

Esa crueldad que se pone en juego,  que hace recaer sobre el partenaire imaginario, esta vinculada con querer destruir la significación del deseo del Otro y que no reposa sino en la identificación imaginaria a ser el falo de la madre. Por tanto, cualquiera que se interponga allí, se interpone a título de apagar el brillo fálico que se esfuerza por obtener y por tanto, hace recaer,  sobre ese otro imaginario, su "agresividad".

Esta es una queja que escuchamos con harto frecuencia, expresada  por las mujeres que devienen su partenaire.

En estos momentos de la enseñanza de Lacan, un final de análisis para el obsesivo es concebido en términos de una separación de este ser el falo. No lo es, pero puede asumir la posesión, el tener.

5 comentarios:

  1. Muy interesante y explicado de una manera fácil de entender algo tan complejo.

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  2. Más que aclarar algo , empeora a cualquier obsesivo que aquí entre.

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  3. Entonces ¿ningún obsesivo neurótico puede tener una relación sana de pareja?

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