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viernes, 16 de marzo de 2012

LA ENVIDIA ¿ SENTIMIENTO HUMANO?

¿Ha sentido alguna vez rabia o enfado por el éxito de otras personas? ¿Vive fijándose en lo que consiguen sus conocidos y no valora lo que usted logra? ¿Cuando alguien le habla de algún logro, tiende a hablar de usted, incluso a mentir? ¿Se considera una persona envidiosa? ¿Sabe qué es la envidia?

La Envidia, desde la religión cristiana,  es considerada como un pecado capital porque genera otros pecados, otros vicios; El término "capital" no se refiere a la magnitud del pecado sino a que da origen a muchos otros pecados y rompe con el amor al prójimo. La naturaleza destructiva de la envidia, que permite diferenciarla de la envidia sana, se refleja en que la primera origina malestar emocional; sentimiento que en lugar de ayudarle a conseguir lo que envidia, se lo dificulta.

El envidioso es incapaz de ponerse en el lugar del envidiado, para poder comprender su situación, o de sentir empatía hacia él. ¿Qué significa sentir empatía hacia alguien? Significa sentir lo que siente el otro. Y es la base de la comprensión y de la solidaridad. La envidia origina una serie de reacciones negativas que pueden hacer que el envidioso se aísle de los demás o tenga serias dificultades para relacionarse adecuadamente con ellos. La envidia se produce casi siempre hacia personas muy cercanas (familiares, amigos, vecinos y frecuentemente entre compañeros de trabajo y/o profesión).


La forma más conflictiva de envidia es aquélla que se dirige hacia las personas que uno ama. Es este tipo de envidia el que tiende a sumergirse con mayor vigor en el Inconsciente, porque amenaza con destruir precisamente aquello que valoramos. “Es envidia la que provoca placer por las desgracias de los amigos”.

La vida de una persona envidiosa no gira sobre su propia realidad, sino sobre lo que desearía, sobre lo que no tiene, sobre lo que le falta. La insatisfacción y el vacío es un continuo que le impide gozar de su vida real. La tristeza y el pesimismo le privan de la espontaneidad y la alegría. No sabe reírse con otras personas ni de sí mismo. Sólo lo hace con mofa y desprecio hacia los otros. 

Ahora, desde el psicoanálisis la envidia es un término introducido por Melanie Klein en 1924 para designar un sentimiento primario inconsciente de avidez respecto de un objeto al que se quiere destruir o dañar. La envidia aparece desde el nacimiento, y se dirige al principio al seno de la madre. En las posiciones esquizoparanoide o depresiva, la envidia ataca al objeto bueno, para convertirlo en objeto malo, produciendo así un estado de confusión psicótica.

Freud, se refirió a la envidia en gran parte de su obra, vinculándola al origen de las normas, la justicia, la desigualdad social y hasta con la identificación, que nacería de la transformación de un impulso agresivo, en el que la envidia juega un papel preponderante. Luego la conceptualizaría como Envidia del pene, roca viva, más allá de la cual no veía curación posible.

El concepto de envidia del pene hace referencia según Sigmund Freud, y dentro del contexto psicoanalítico, a un Elemento fundamental de la sexualidad femenina y móvil de su dialéctica. La envidia del pene surge del descubrimiento de la diferencia anatómica de los sexos: la niña se siente lesionada en comparación con el niño y desea poseer, como éste, un pene (complejo de castración); más tarde, en el transcurso del Edipo, esta envidia del pene adopta dos formas derivadas: deseo de poseer un pene dentro de sí (principalmente en forma de deseo de tener un hijo); deseo de gozar del pene en el coito. La envidia del pene puede abocar a numerosas formas patológicas o sublimadas.

Para Melanie Klein todo era más grave aún: la envidia es expresión directa de la pulsión de muerte, constitucional, endógena y está dirigida desde el nacimiento hacia el objeto dador por excelencia: la madre o más específicamente, su pecho. O sea, naceríamos con una dotación de mayor o menor envidia, presta a atacar lo bueno del mundo. 

Sin embargo, no todos los autores acuerdan con esto y en los últimos años han aparecido versiones que nos hablan de otras facetas de la envidia, ya que en tanto sentimiento, puede estar presente en todos los seres humanos pero no conducir obligatoriamente a la destructividad de lo envidiado y su portador. 

Lo cual nos lleva pensar que ha sido tratada, al decir de Santa María Fernández ( 1997), como los victorianos lo hacían con la sexualidad, es decir, siempre en versión maligna. 

Esto ha llevado a una notable polarización en el mundo psicoanalítico: o todo es envidia destructiva e incurable, o ni se habla de ella, no existe, descuidando así un importante capital de la vida humana, ya que la envidia, tal como indica su definición, es un sentimiento de pesar por un bien ajeno (y no puede dejar de ser displacentero advertir lo deseado en otro y carecer de él ) que puede también transformarse en motor de la concreción de un deseo que la envidia denuncia. Difícilmente creceríamos, nos desarrollaríamos si no advirtiéramos por comparación, aquello que nos falta. Y esta es la parte de la definición menos estudiada.

Es extraño que, en nuestra moral, a la envidia se la considere como una falta, sin embargo, es un movimiento muy natural. Y no sólo es considerada como una falta sino que, también, al producir envidia se corre el riesgo de provocar el mal de ojo. ¿Por qué no estaría bien producir envidia en los demás? ¿Por qué disimular su felicidad para no atraer el mal de ojo? Ustedes ven en realidad que hay ahí un enigma y, gracias a estas introducciones, podemos comprender más fácilmente porqué.

Lacan da el ejemplo que encontró en las Confesiones de San Agustín, en las que relata que cuando niño miraba a su hermanito en el seno de su madre y como, al ver el aparente estado de felicidad y satisfacción de éste, concluye: esto es lo que provoca en mí la envidia, es decir, la idea de que el hermanito posea el objeto de la verdadera satisfacción. Es así que se constituye el deseo para el sujeto, a partir de la imagen que otro le da de lo que sería poseer el objeto verdadero, el que Lacan llama el objeto a. Mi deseo se constituye a partir de la imagen de otro que parece poseer el objeto verdadero. Observen que para Lacan la constitución del yo (moi) se hace en espejo a partir de una imagen ideal que parece estar habitada por el objeto a y, de allí, se convierte en un yo ideal. Lo que el niñito ve en el espejo es una imagen que le parece ideal solamente por el hecho de que la mirada de la madre la ve como ideal, pero él hace una diferencia entre esa imagen ideal investida por la mirada de la madre y el carácter que él puede vivir como miserable, de su propia imagen frente a esa imagen ideal.

¿Por qué causar envidia es una falta? ¿Por qué se corre un riesgo? Pues es porque da a los demás la impresión de que se posee el objeto a. Y este es el objeto que no se debe tener, que debe ser rechazado, el que no debe presentificarse.  Ahora bien ¿acaso el deseo se podría instaurar en mí si yo no experimentara envidia, es decir, esa idea de que otro conoce la satisfacción absoluta? La clínica nos muestra que el encuentro de un niño con la envidia es indispensable para la constitución del deseo en él. Y si fuese educado en condiciones que lo protegieran de las manifestaciones del deseo, pues, podríamos apostar a que el deseo de ese niño va a ser débil durante su vida.

Hay otros ejemplos sencillos: si soy pobre y veo alrededor mío gente rica, me dará ganas de poseer también esa satisfacción, ese goce, si en la familia sé que mi madre es objeto de deseo, tendré igualmente ganas de ejercer ese deseo; si veo que el otro tiene el poder y que me obliga a obedecerlo, tendré ganas de poseerlo también. Lo que comento es de la vida cotidiana la más sencilla pero tiene consecuencias interesantes. Es que esos objetos que van constituyendo mi deseo se muestran en cualquier ocasión pero sólo en una dimensión imaginaria. En otras palabras, cuando veo a mi hermanito feliz en el seno de mi madre, ¿acaso significa que lo que él siente es la felicidad suprema? No. No es sino un lactante que satisface su necesidad. Es decir que, en cada caso es imaginario el objeto que resulta par mí determinante y suscita mi pasión, es decir la convicción de que ese objeto -que provoca mi deseo y del cual resulto privado- es el verdadero objeto.

Ý allí mismo uno entra en una forma de alineación de la que es habitualmente difícil salirse. No sé si he sido lo suficientemente claro: en primer lugar, la envidia es constitutiva del deseo pero concierne a un objeto imaginario, en el sentido de que parece aportar al otro que suscitó mi envidia, la satisfacción absoluta. Pero el otro, el hermanito, el que estaba en el seno y que me produjo envidia, tendrá sus propios problemas, sus propias envidias, estará marcado por las mismas frustraciones y por las mismas privaciones.

Es importante dejar claro que, la envidia es considerada como marcador del deseo, lo cual nos advierte de la importancia de prestar atención en la clínica cotidiana a este sentimiento enojoso, despojándonos de los prejuicios y el miedo con que se lo ha abordado y propender a su tratamiento, posible y necesario:  CASO POR CASO.

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