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domingo, 8 de abril de 2012

TRISTEZA VERSUS DEPRESION

Este título que proponemos tristeza versus depresión, los pone en tensión. El primero de ellos,  tristeza,  es el más antiguo pues podemos situar toda una serie de referencias que provienen desde la Edad Media. Esa ha sido una época que se ha detenido mucho en considerar la tristeza. Existe, por ejemplo, un libro llamado Estancias,  editado en castellano en 1995 –cuyo autor es Giorgio Agamben- que dedica unos capítulos a la tristeza en la Edad Media, en tanto ha sido una preocupación de los monjes y los padres de la iglesia, y era concebida como un pecado. La tristia o acediaera un azote que se desplegaba en los claustros de los monasterios en la que el desdichado acidioso "empieza a lamentarse de no sacar ningún goce de la vida conventual, y suspira y gime que su espíritu no producirá fruto alguno mientras siga donde se encuentra". Así lo  afirma un documento de la época.

Esta idea de la tristeza como un pecado, como una falta moral, introduce una problemática ética., sin embargo, no siempre fue vista como un problema. Durante el romanticismo tenía un valor que llegaba a lindar con lo creativo. No era bueno estar demasiado alegre. Tenía una función y representaba un valor.

Podríamos decir que estas referencias son las que quedan, de alguna manera, como puestas de costado por el término moderno de depresión. En la actualidad la depresión, designa la preocupación del Amo por que todo marche. Es una palabra que en su éxito mismo se ha tornado sumamente amplia.

Hoy es común que un sujeto diga que está deprimido, que se presente en nuestro consultorio diciendo: "vengo porque estoy deprimido". Es decir, que este concepto, proveniente del campo de la psiquiatría, ha entrado en el discurso común y la gente se describe y se ubica con esta palabra. Y cada vez más: cuanto más se habla de depresión, más gente se apropia del término. Toma cada vez más consistencia, cuanta más gente se nombra de esta manera. Y este es, tal vez, uno de los problemas que es necesario interrogar antes de abordarlo desde la perspectiva del psicoanálisis. Conviene preguntarse por la pertinencia clínica de este concepto; es decir, si es algo que tiene una entidad suficiente más allá de la generalización de su utilización.

La depresión es un afecto que no es material sino psíquico, un sufrimiento del alma, pero hoy en día, a la menor fatiga, tristeza o pequeña caída existencial se la considera una patología que hay que curar con urgencia (Miller, 2007), y de inmediato se piensa en medicarla, tratarla con alguna droga; la reina aquí es la fluoxetina. ¿Quién quiere erradicar médicamente la depresión? La burocracia sanitaria internacional que está al servicio de la industria farmacéutica. No es extraño, entonces, que la OMS prediga que en el 2020, la depresión será la segunda causa de invalidez en el mundo después de las enfermedades cardiovasculares (Miller). Lo que sigue a esto es el aumento en el consumo de antidepresivos y psicotrópicos en todo el planeta.

Entonces, lo que antes era considerado como “un mal momento que había que pasar, una caída anímica, un duelo difícil, es desde ahora en más “una enfermedad”" (Miller, 2007). Además, la propaganda médica, con sus folletos pagados por los laboratorios farmacéuticos, obliga a la gente a interpretar estos sentimientos en el sentido de que son una enfermedad. Detrás de todo esto hay un paradigma, que tiene que ver con la forma como es pensado el hombre contemporáneo: como si fuera una máquina (Miller). Si la máquina no funciona bien, entonces disfunciona, y se debe intervenir urgentemente, respondiendo, a su vez, a la demanda que hace la cultura contemporánea de que el hombre debe ser feliz. Nunca como antes se piensa que el ser humano tiene como única misión en la vida el ser feliz, ¿qué hacer entonces con los sentimientos de tristeza?
Dice Miller (2007) que “la tristeza en inherente a la especie humana. Si es una enfermedad, entonces la humanidad misma es una enfermedad! es muy posible que seamos una infección del planeta. Era por otra parte la idea de Lacan. Desde el origen de los tiempos, nos destruimos a nosotros mismos, y nuestro entorno por añadidura. Si queremos curar esto, entramos en la biotecnología, se va a tratar de producir otra especie, mucho mejor. Una especie asexuada y muda. En ese momento, nos portaremos como es debido!”. ¿Se pueden ver las consecuencias de ese paradigma?

Es por eso que me parece que el psicoanálisis es un dispositivo que en cierto punto va a contrapelo de esto, y que plantea tal vez una especie de salida al impasse de este tiempo. No se monta a este imperativo del amo moderno, de que tendríamos que tratar simplemente los estados de ánimo del sujeto para reingresarlo rápidamente al circuito sino que abre una vía distinta para este agobio de la vida moderna, para ese aplastamiento del deseo por el superyó contemporáneo. Es en ese sentido que podemos esperar algo muy importante del psicoanálisis en esta coyuntura.

El valor del psicoanálisis frente a la depresión y el extravío de nuestro tiempo es que nos conduce a otra relación con el saber a través del inconsciente, a una alegría –que sin desconocer lo real que nos concierne- nos permite construir una respuesta particular que nos separa de la miseria.

Para el psicoanálisis un sujeto se deprime “cuando está enfermo de la verdad. Si uno no quiere deprimirse, hay que asumir la verdad, su verdad” (Miller, 2007). Vivir la vida sin mentir es el antidepresivo más poderoso.

TRATO Y MALTRATO EN LAS PAREJAS

El amor es como un sueño, un sueño que construimos para encontrarnos con el otro y ese sueño implica, como cualquier formación del inconsciente, la necesidad de nuestra atención y nuestro coraje.  Aún así, como dice Roland Barthes en Fragmentos de la vida amorosa, siempre acaba en pesadilla.

El amor es la posibilidad de creer en el otro, de trascender su neurosis, sus defectos, sus miserias, su inconsistencia. El amor es como un sueño diurno, una fantasía que construimos y que nos permite que todo lo pulsional no nos lleve totalmente a la deriva de nuestro deseo. El amor es la posibilidad de incluir al otro en el cálculo subjetivo de la vida.

La disimetría fundamental de los sexos - las teóricas del feminismo se han planteado esto desde muchas perspectivas del saber - hace sentir su huella en cada encuentro amoroso y la inconsistencia estructural del humano traza el camino de su resolución. Además, lo social y sus límites - sean los que sean - configuran en cada cultura los elementos ideológicos que sostendrán las conductas y sus coartadas.

Lo traumático repite incesantemente su inscripción y la responsabilidad de cada uno es el límite entre el goce que no hace vínculo y el amor que tiende a lograrlo. "Sólo el amor permite al goce condescender al deseo", es la formula que en su reverso da cuenta del trato y maltrato en cada relación humana.

El matrimonio puede constituir un aplastamiento de la alteridad de la mujer, ya sea por el hombre, ya sea por la mujer misma. Forzar la semejanza, la identidad, la identificación narcisista entre los esposos es una pendiente peligrosa. No hay armonía entre los sexos, hay disimetría, alteridad.

Hoy vivimos una mutación que va en la dirección de la igualdad. Hombres y mujeres son iguales ante el derecho, ante la ley, ambos son sujetos de derecho.

Por otra parte verificamos que hoy día hay una tendencia de la mujer a masculinizarse. Es común verla adoptar semblantes masculinos y de poder. Incluso se esfuerzan a veces en hacer del hombre un medio de goce, un objeto que usan y tiran, pero eso es en realidad mentiroso. Si por ejemplo nos detenemos a hablar con las adolescentes de hoy, vemos que están ocupadas pensando en el amor, mientras que los chicos cuentan el número de sus conquistas. Es verdad que hoy día ellas van a la cama más fácilmente y que ya casi no llegan vírgenes al matrimonio, pero siguen yendo a la cama por amor.

En el texto "El Hueso de un análisis", J.A.Miller nos dice que "cuanto más la mujer existe desde el punto de vista del derecho, más desaparece bajo la máscara masculina". Consideramos que esto es un efecto de estructura, a pesar de que seamos progresistas y que defendamos el derecho de la mujer.

Hay una dificultad contemporánea en relación al amor, es lo que vemos diariamente en nuestras consultas. La mujer ha conquistado importantes derechos pero por otra parte esto ha producido una dificultad del lado del amor.
La vertiente contraria al amor es el goce, y es esto lo que se verifica socialmente, hay una promoción de mercado, una industria del goce que desvaloriza el amor. Los números de teléfono eróticos son un ejemplo de ello.

Es Miller quien postula que "el secreto del masoquismo femenino es la erotomanía, porque no es que él le pegue lo que cuenta, es que ella sea su objeto, su síntoma y tanto más si eso la devasta".

Hay un cambio de época, esto es indudable, la mujer tiene hoy más libertad que antes pero nada cambió en la estructura.

Del lado hombre, el goce es limitado, circunscripto, localizado, contabilizable puede incluso necesitar de un pequeño detalle como una forma precisa de senos o de trasero.

Mientras que del lado femenino se impone una relación con lo ilimitado (de allí el término erotomanía utilizado por Miller). La demanda de amor en la sexualidad femenina es una demanda que tiende hacia el infinito y que va más allá de todo lo que pueda ofrecérsele como prueba. Es común pensar que en el tema de los malos tratos un hombre puede matar por amor, pero considero que allí hay una confusión de términos. Quizás mate por pasión pero no por amor. 

Para amar es preciso hablar, el amor es inconcebible sin la palabra y justamente porque amar es dar lo que no se tiene, no se puede dar lo que no se tiene a menos que uno hable. Es hablando que damos nuestra falta en ser. Considero que en los malos tratos se encuentra una dificultad con el amor del lado hombre y un estrago con la pareja del lado mujer, donde el amor se confunde con la pasión o el goce.

Lacan habla de un amor sin límites, que esencialmente es un amor no condicionado por el Otro… esto significa esencialmente que el amor no está sometido a pruebas de su existencia constantemente. Una cosa es el amor, y otra las pruebas de amor; éstas se agotan en el mismo acto en que se dan. Están sometidas a una demanda infinita.


LA NEUROSIS OBSESIVA DESDE EL PSICOANALISIS

Imaginemos que tenemos nuestro pensamiento invadido por múltiples ideas que “no tienen” ningún sentido, que no las podemos “sacar de nuestra cabeza”, que nos asaltan en cualquier momento sin poder vincularlas con ningún acontecimiento y que, además, no las experimentemos como propias, sino como órdenes que nos son impuestas desde afuera y que nos sentimos impulsados a cumplir. Imaginemos que estas órdenes sean dañar o hasta incluso matar a un ser querido. Intentarían ustedes controlar esas ideas? Se someterían a toda clase de prohibiciones, renunciamientos y limitaciones de su libertad con tal que esa fantasía no se lleve a cabo? El enfermo obsesivo así lo hace. 

Ahora imaginemos que nos sentimos obligados a hacer algo de lo que no podemos sustraernos, que además, aparentemente, no nos proporciona placer alguno y que, para colmo, tenemos que repetirlo, una y otra vez en un vaivén “carente de sentido”, sobre las actividades cotidianas de la vida (como lavarnos las manos, vestirnos, acostarnos, etc.) que terminan por parecernos ornamentaciones ceremoniosas interminables y que pese a todo no las podamos evitar. Terminaríamos agotados, ¿no? Y sin embargo así es como actúa el enfermo obsesivo. 

Ahora imaginemos que para coronar el sufrimiento dudáramos de todo lo que nos viene a la mente, de todas las ideas que tenemos. No nos “quedaría” otra posibilidad que cambiar una idea que nos parezca absurda por otra que nos parezca menos absurda, o cambiar una prohibición o una precaución por otra, aunque sea por un tiempo. Así vive el enfermo obsesivo.

Si a nosotros nos tocara la puerta un paciente con estas características, no iríamos a buscar en detalle lo que el psicoanálisis dice al respecto?
 

La clínica nos enseña cómo el obsesivo erige un Otro cruel, quien no reconoce ni sus sacrificios ni sus méritos y que se interpone,  impidiéndole gozar.

Pero lo paradójico que este Otro cruel, de quien se queja, al mismo tiempo es él quien va a ser el cruel de los crueles,  especialmente con su pareja y ante el cual, se experimenta como una víctima sacrificial  que exige su pérdida y que no le deja vivir. Es en ello que el caso de Freud es ejemplar.
De manera tal que hace existir un Otro a quien dota de una demanda que es una demanda de muerte. Lo dota de una demanda de desaparición.

Por eso Lacan, cuando en el Seminario de las Formaciones del Inconsciente, cuando analiza la dialéctica del deseo y la demanda en la neurosis y se dedica a explorar cuál es la modalidad del deseo en el obsesivo, nos machaca con este esfuerzo de parte del sujeto, quien para evitar el encuentro con ese vacío del intervalo, que no es sino el lugar donde va alojarse el deseo, se afana en intentar colmar la demanda. Trabajo que, por lógica, está destinado a saturar  el intervalo entre un significante y otro, de escapar, en el fondo, del encuentro con la angustia que implica un encuentro con un deseo fabricado de este modo.

Colmar la demanda, para no encontrarse con aquello que, en el Otro no conocemos y que nos separa de él, de ese lugar Otro,  "es lo que se llama su deseo. No es sino esto."

Esta indicación es clave,  porque aquello que del Otro no responde - en el momento de la constitución de la subjetividad - a la satisfacción de nuestra demanda, no solo torna opaco ese lugar del Otro - ¿que soy para el Otro?-, sino que devendrá, como marcas del sujeto, en una relación que el sujeto mantiene con su propia demanda.

Toda esta cuestión, relativa a la presencia que toma la figura de la muerte no es sino para apuntar, a lo que en otro momento de su enseñanza cuanto va a empezar a formalizar lo real, lo pulsional, - que comienza con el Seminario de La Ética, el seminario 7-  y va a ser articulado como el goce. La muerte no es sino las distintas figuras imaginarias que toma el goce.  Es una indicación que hago.

Hay dos cuestiones que no quiero dejar de considerar y que encontramos en la clínica de la obsesión, ya señaladas por Freud. Una es la presencia de la figura del padre y que lo llevó a Freud, en su encuentro con  el síntoma de la obsesión y esta modalidad del deseo, a escribir Tótem y Tabú, investigando que relación tiene el deseo con la prohibición y , más fundamentalmente . Esa pregunta que atraviesa  toda su reflexión y su pensamiento y que no es otra que la ¿qué es un padre?

Es lo que Lacan formaliza precisando que en el Mito  freudiano ese padre de la horda primitiva, ese padre gozador es el que volvemos a encontrar en la obsesión. Pero ese no es, lógicamente,  el padre simbólico.

El padre simbólico es aquél, que, cumpliendo la función de nombrar el goce, le da un significante para pasarlo al inconsciente y desde allí operar, marcando el goce, es decir, subordinándolo a la ley del deseo, y  por ese mismo acto, permitiendo un goce fálico posible
Es el padre en tanto que opera poniendo de acuerdo la ley misma  con el deseo, es decir, aceptar que hay falta.

La neurosis obsesiva quiere decir que algo ha fallado en esa transmisión para que en su lugar veamos aparecer toda esa exigencia del superyó , que ordena gozar, bajo esas formas imperativas, bajo esos mandatos, esa insensatez que tan bien muestra el Hombre de las Ratas: a falta de someterse a la ley del deseo,  es entregado a tener que hacer frente a un goce que le retorna , ya sea como modo "delirante" en el suplicio de las ratas , ya sea como obsesiones, ya sea como inhibición o como síntoma en el amor, es decir , en la relación con los objetos de amor.

Dicho aún de otro modo y esto me permite introducir la última cuestión, aunque no la agota,  eso que lo podría separar de la relación exclusiva que mantiene con la madre, como objeto primordial, que es la de no poder sino ocupar el  lugar del falo imaginario de la madre.

Esa crueldad que se pone en juego,  que hace recaer sobre el partenaire imaginario, esta vinculada con querer destruir la significación del deseo del Otro y que no reposa sino en la identificación imaginaria a ser el falo de la madre. Por tanto, cualquiera que se interponga allí, se interpone a título de apagar el brillo fálico que se esfuerza por obtener y por tanto, hace recaer,  sobre ese otro imaginario, su "agresividad".

Esta es una queja que escuchamos con harto frecuencia, expresada  por las mujeres que devienen su partenaire.

En estos momentos de la enseñanza de Lacan, un final de análisis para el obsesivo es concebido en términos de una separación de este ser el falo. No lo es, pero puede asumir la posesión, el tener.