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viernes, 10 de febrero de 2012

SENTIMIENTO DE CULPA COMO FUNDAMENTO DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA Y LA RELACIÓN QUE TIENE ÉSTE CON EL INCONSCIENTE: por Erminio Oliviero

Recordemos la afirmación drástica de San Juan: «Quien afirme no tener ninguna culpa, se engaña a sí mismo, y la verdad no habita en él.» Precisamente para lograr establecer una adecuada relación con Dios todo cristiano debe ser consciente de su pecabilidad y de su culpabilidad, reconociéndose pecador. Su encuentro con Cristo en los Sacramentos es el de un «indigno y inútil» que repite sin cesar «Ab ocultis meis munda me, Domine», de modo que «Abyssus abyssum invocat», el abismo de la criatura clama hacia el abismo del único Santo. La paz del hombre se radica en la aceptación de su realidad pecadora, entregada a la misericordia de Dios.
                En este orden de ideas, al hablar del pecado y la culpa observamos que para la Iglesia católica el sentido del pecado es una falta contra la razón, la verdad y la conciencia recta, es faltar al amor verdadero para con Dios, para con el prójimo y para con la Iglesia (Catecismo de la Iglesia católica 386-ss). El pecado es una acción humana que se opone a  Dios, construyéndose un mundo fundado en la propia persona, colocándose al margen de Dios, como si El no existiera.
                Como efecto de este pecado se manifiesta el Sentimiento de culpabilidad; Sentimiento de malestar: angustia y frustración por haber obrado en contra la conciencia; La impresión de estar manchado o contaminado; La sensación de derrota frente a un adversario más fuerte que la propia persona; La ruptura o división que sufre la unidad de la persona La vivencia de rechazo por parte de la comunidad fiel a la que no lo fue; el propósito de purificarse mediante una acción que recompense, de volver pagando el "rescate".
                Dentro de una estructura religiosa la demanda es de perdón. El perdón permite unir nuevamente al creyente, penitente a Dios. El pecado tiene una función fundamental en la relación del creyente con Dios. No hay creyente si no hay culpa.
                La religión en su estructura sacramental propone caminos de reconciliación y perdón para que el sujeto reconstruya su relación con Dios y con su prójimo. Ahora bien, ¿Qué sucede cuando estos mecanismo no sanan el sentimiento de culpa?, ¿Qué pasa cuando ese sentimiento de culpa se hace recurrente, obsesivo? ¿Es solo un problema de índole espiritual? Aquí nos interesa encontrar respuestas desde el psicoanálisis que puedan ayudar a muchos seres humanos a dar cuenta de ella,  encontrar el por qué sus angustias, a enfrentar la preguntar ¿Por qué me pasa esto?
                El sentimiento de culpa fue puesto en evidencia por Freud en la neurosis obsesiva. El sujeto, que percibe sus manifestaciones en forma de ideas obsesivas, lo ignora todo sobre la naturaleza de los deseos inconscientes que ellas tienen en su base.
                El carácter neurótico del sentimiento de culpa obedece a la imposibilidad, para el sujeto, de sobrepasar la problemática edípica. Así, el sentimiento de culpa permanece en gran parte inconsciente, pues la aparición de la conciencia moral está íntimamente ligada al complejo de Edipo, que pertenece al inconsciente. El sentimiento de culpa inconsciente es uno de los obstáculos principales con los que tropieza la cura analítica. No existe, escribe Freud, un medio «directo» de combatirlo. El único medio propiamente analítico consiste en trasformar poco a poco el sentimiento de culpa inconsciente en consciente. 
                La culpa, a juicio de Freud, es más que todo una "angustia social" (El Malestar en la Cultura p. 13), una angustia frente a la pérdida de amor, la cual emerge en un individuo cuando éste es  sorprendido realizando un acto prohibido por los progenitores. Desde esta lógica sólo es culpable quien es descubierto en el acto.
Pero ¿qué es lo que la activa? Los progenitores le exigen al pequeño un intercambio: si renuncie a la satisfacción pulsional entonces recibirá el afecto de sus padres. El individuo en consecuencia se debate entre dos bienes: el amor y la satisfacción de la pulsión. Tener uno implica renunciar al otro. Es así como se le exige al sujeto pagar con la renuncia a la satisfacción pulsional, para obtener a cambio el amor del otro. La culpa, en este contexto, es el dolor psíquico que se impone el individuo por haber traicionado al otro y por poner en riesgo su amor. Es así como en este primer tiempo culpa, amor y pulsión se encuentran en estrecha relación.
                En conclusión, desde Freud, buscaríamos hacer consciente el sentimiento culpa que esta inconsciente, nos ayudará a superarlo y a encauzar el juicio sobre nuestra persona sin convertirla en castigo.
                No olvidemos, ya desde la segunda tópica como la noción de Superyó había de conducir a Freud a atribuir al sentimiento de culpabilidad un papel más general en el conflicto defensivo. En efecto, la diferenciación del Superyó, como instancia crítica y punitiva, con respecto al yo, introduce la culpabilidad como relación intersistémica dentro del aparato psíquico: "El sentimiento de culpabilidad es la percepción que, en el yo, corresponde a esta crítica [del Superyó]".
                Dejando en escena a Freud, vayamos con Lacan. Todos sabemos el interés de Lacan de volver a Freud y uno de los conceptos fundamentales de ese volver es el del Inconsciente, y lo hace presentando un desarrollo de la concepción del inconsciente.
                Para Lacan el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Significa que no basta con un solo significante, que para captar al inconsciente hacen falta al menos dos, S1-S2. Porque el inconsciente lacaniano está entre los significantes, por eso se necesita una cadena, una red para capturarlo. De ahí la estructura pulsátil de este inconsciente: aparece para desaparecer… y volver a reaparecer. Como señala Anna Aromí El “inconsciente lacaniano late, es como un corazón. O mejor aún: es el latido mismo, es el latido de la cadena significante”.
                Sabemos que el viviente llega al mundo y no es nada más que un pedazo de carne que se inserta, se aloja, entra o recibe un baño de lenguaje que es el discurso del Otro, y de ese discurso  toma  algunos significantes, queda prendado, queda marcado por algunas palabras, identificado a algunas palabras, se dan cuenta que ese es también el discurso del amo, y eso significa que los sujetos están identificados a algún significante amo que los gobierna y que marcan al sujeto sobre sujeto barrado, que no es otra cosa que un sujeto en falta en ser, un vacío. El sujeto se constituye así en el lugar del Otro, en la dependencia de lo que allí se articula como discurso, capturado en una cadena simbólica en la que es jugado como un peón: el inconsciente es el discurso del Otro.
                Apoyándonos en lo anterior, recordemos la plegaria: Por mi culpa, por mi grandísima culpa. Es ese discurso que en la religión te hace culpable por la muerte de Dios, culpable por la falta del Otro, por la hiancia propia del goce, quizás así podría explicarse la extraordinaria eficacia del mito religioso sobre la subjetividad.
                Por lo tanto, la culpa es parte del discurso del otro que ha dejado marcas, ha sido esa  palabra que traumatiza al sujeto, el agujero,(trou) lo que hace marca en el sujeto. Y ese significante, inconsciente, aparecerá y desaparecerá como sujeto dividido, de forma pulsional repetirá lo que le produce la culpa para demandar perdón del Otro, será su goce.
                Pero Lacan nos aporta algo mas, y es que este sujeto dividido por el sentimiento de culpa, que no sabe porque es culpable pero demanda perdón, así se introdujo el significante amo de la religión que ordena y manda, pase por el dispositivo clínico, pase por la cadena significante, elaborando un saber, construyendo una ficción, por eso hay un tiempo de la sesión y un tiempo del análisis que es el tiempo de ese sujeto, el tiempo que le tome a ese sujeto construir las articulaciones significantes con las que pueda ir reconociéndose en lugares distintos, tomando distancia de esos S1 a los que venía identificado y a la vez ir localizando su modo de goce singular.
Orientamos al sujeto a tomar cierta distancia de ese significante de culpa, desde el principio, empezamos por no reconocerlo en el espejo en el que él se mira. Cuando llega un paciente y dice: “soy sotanito de tal, y soy culpable de…”, se presenta desde su yo y propone una relación especular, yo a yo,  en una psicoterapia y/o hasta en el confesionario, se lo reconoce, se utiliza el sentido común , desde el lugar  del otro en el discurso amo uno podría comprenderlo, reconocerlo ahí donde quiere ser reconocido, el psicoterapeuta o el sacerdote se dirige al yo y  por lo tanto le dice: “sería bueno que pensemos cómo lo puede solucionar, necesita perdonarse..etc.”, reconocerlo allí donde el yo quiere ser reconocido, entonces le fijamos más el S1, si nosotros no la reconocemos, ¿Qué quiere decir no reconocerla? No responder a su demanda, exactamente ¡Bueno y! ¿Qué más, a ver  cuénteme otra cosa?… si pero es que estoy preocupado, ¡Hable!, no empatizamos  ni la comprendemos,  Lacan llama a eso la “posición inhumana del analista” (Miller, J. A. Introducción al método psicoanalítico. Ano 2008)
                Es interesante reconocer, que al final del análisis algo de eso todavía queda, esas marcas que son irreductibles, por lo que Lacan da una respuesta y dice bueno se deberá  hacer algo con eso, saber hacer.
                Es decir, hay es un progreso para el neurótico, un progreso en el que justamente se afloja sobre él la tenaza del sentimiento de culpabilidad. Pero hay un límite: lo simbólico no llega a hacerse cargo de todo el goce. Queda algo.
                El final de análisis apunta a un encuentro con lo más propio, lo más singular de cada uno, el análisis es el camino de no relación al Otro, el sujeto se ha despegado de todos los Otros, de los ritos, de todos los mandatos y ha quedado con lo de uno, trata de arreglárselas con lo que encontró de si mismo.

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